miércoles, 14 de junio de 2006

'TIEMPO DE VALIENTES'. Buenas intenciones (***)

CRÍTICA DE CINE

Una comedia de psicoanalista, un drama personal, un thriller policíaco o una de superhéroes. Es raro ver una película argentina de tantas pretensiones. Desde la ingenuidad, Damián Szifrón ha querido hacer en 'Tiempo de valientes' una película total. Lo que le ha quedado al final es una historia simpaticona, entretenida y un pelín frustrante. Quiere abarcar multitud de géneros, un asalto inoportuno en vistas del débil guión que edifica la trama argumental y que da voz y presencia a unos personajes demasiado planos.

La comedia se sustenta en la simple presencia de ese actor casi convertido en talismán del jolgorio que es el magnífico Diego Peretti, cada día mejor. En cuanto a la acción, Szifrón se ha manejado con poca pericia, comprobable en las escasísimas escenas que han exigido un toque extra de adrenalina, faltas de garra. Del thriller policial lo único que se puede destacar es la sinceridad y la franqueza que hay en la denuncia hacia cierto problema achacable a la justicia de una Argentina que lentamente va recuperando el aliento después de una época dura.

Por lo demás, demasiado previsible y sin sorpresas. Manifiesta además un bajón en cuanto la película encara el epílogo, momento en el que el personaje interpretado por Peretti, un psicoanalista encargado de velar por un policia (el cumplidor Luis Luque) que acaba de descubrir que su esposa le es infiel, toma prestado ese disfraz de superhéroe torpón y triunfador. Cuando se aplica cual alumno obediente de su depresivo compañero de faenas en salvar al mundo de unos malvados que trapichean con uranio empobrecido.

Bienintencionada, 'Tiempo de valientes' no es la confirmación definitiva de la magia que parece brotar de cada película argentina que se acerca a Europa con cierta fama. Tampoco es una comedia desternillante como lo sí lo era 'No sos vos, sos yo'. Ni siquiera es digna deudora de esas buddy movies de Hollywood que suplían su simpleza a base de diversión pura y estridente. Contiene eso sí, alguna escena memorable -la confesión en la cena-, ejemplares conversaciones sobre la depresión y la grandísima presencia del cada vez más imprescindible Diego Peretti.

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