'Mingus Cuernavaca'
Producciones Inconstantes
Autor y dramaturgia: Enzo Cormann
Dirección: Emilio del Valle
Reparto: Chete Lera, Carolina Solas y Amaranta Osorio
Escenario: Teatro Moderno (Guadalajara). 21 de octubre de 2006
Despojarle la mística al mito. Lo hizo Clint Eastwood en la impecable 'Bird' con la figura de Charlie Parker y lo ha tratado de calcar, versión escénica, Enzo Cormann con Charles Mingus, otro ser de errático comportamiento, polémico y endiabladamente genial, un jazzman de altura machacado desde las alturas. La última hora de vida de un Mingus devastado físicamente es el eje argumental de esta imperfecta siempre, jugosa a veces, 'Mingus, Cuernavaca' esbozada por Producciones Inconstantes.
Pieza de un elevado contenido intelectual, plagada de monólogos laberínticos y con escaso poso, encuentra en la soberana interpretación de Chete Lera una agradecida válvula de escape. El Mingus que fabrica Lera es de una dificultad elevadísima, sólo al alcance de tipos capaces de llenar con su figura el escenario. Es el caso de Lera. El actor sujeta a un personaje del que apenas se dan indicaciones desde la obra, un problema. Sí, hay un vídeo introductorio tan breve como superficial. Sí, se ha creado la figura de una narradora/esposa, sin conseguir resolver la papeleta. Y sí, se sabe que era un misógino y un militante contra el racismo. Poco más.
Al final del montaje, para el neófito del jazz, Charles Mingus sigue siendo tan desconocido como lo era al principio. Se queda únicamente con la estética del malditismo, esa que tanto agrada. La música es la otra gran protagonista. En directo, añadiendo calidad e interés, acompaña a Mingus en su epílogo vital. Tonos suaves y melancólicos, a veces discordantes con el ritmo visceral que Mingus imprimía desde el contrabajo a sus composiciones. En ese sentido, deja bastante frío el hecho de que los intérpretes actúen con un micrófono incorporado, pero esa es otra historia, probablemente inevitable.
'Mingus, Cuernavaca' es un montaje inteligente, bien trabajado, con una arquitectura escénica poderosa, un sonido jugoso y con un actor que imprime veracidad y dureza a su personaje, que lo siente y lo vive. Motivos para encandilar tenía, demasiados. Pero el poso que deja es ligeramente decepcionante, por su excesiva frialdad, por la densidad y complejidad de su propuesta y, en definitiva, por la intrínseca dificultad que tiene llevar a cabo una empresa relacionada con un tema, el jazz, y un personaje, Charles Mingus, de consumo tan minoritario, desafortunadamente, en este país.
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