miércoles, 29 de abril de 2009

DECISIÓN

- Vamos a ponernos en marcha y no vamos a parar hasta que lleguemos allí.
- ¿A dónde vamos, tío?
- No lo sé, pero vamos a ir.

('En la camino', Jack Kerouac)

martes, 14 de abril de 2009

'SI UN ÁRBOL CAE'. Isabel Núñez



CRÍTICA LITERARIA

Obra: 'Si un árbol cae'
Autora: Isabel Núñez
Editorial: Alba
Género: Ensayo literario
Páginas: 365
Año: 2009


LA OTRA TRINCHERA

Acerca del papel de los intelectuales en tiempos de guerra se han derramado toneladas de tinta. La lógica dentro de la irracionalidad que implica un conflicto bélico explica que deberían ser los primeros en dar las señales de alarma, poner sobre aviso y denunciar toda conducta guiada por la violencia. Sobrevuelan todavía los versos del ‘Poema de Beirut' de Mahmud Darwish, "necesaria es la poesía en tiempos de paz, pero más necesaria aún es en tiempos de guerra". Las dos guerras de los Balcanes permitieron poner a estudio la influencia de los intelectuales en la construcción y devenir de un conflicto, con una literatura nacional partida en pedazos y otros autores de talla internacional defendiendo posturas desde trincheras separadas.

Tras un lustro de investigación, lecturas y viajes de ida y vuelta, Isabel Núñez aborda la cuestión en ‘Si un árbol cae' (Alba, 2009), una colección de entrevistas a una larga veintena de autores balcánicos de primer nivel. El balance que se extrae en esa investigación planteada desde un ángulo inédito es profundamente desolador. "Puede que ésta haya sido la única guerra de la historia planeada y dirigida por escritores", sostiene el autor de origen montenegrino Marko Vesovic en referencia, entre otras anotaciones, a la relación que mantenían con la literatura representantes de la política, con Slobodan Milosevic a la cabeza, al igual que su mujer, Mira Markovic, y su mano derecha, Radovan Karadzic, poeta de saldo encumbrado a falta de una crítica especializada de rigor y libre de ataduras.

Isabel Núñez ya había dado pistas de su predilección y conocimiento de los Balcanes al traducir al español una obra imprescindible y dolorosamente veraz como ‘No matarían ni una mosca', de Slavenka Drakulic. La croata, señalada por los medios de su país como una de las cinco ‘brujas del río' por no apoyar las tesis gubernamentales, proporciona alguno de los mejores entrecomillados de ‘Si un árbol cae'. Ejemplifica el valor del escritor que no se rinde y que asume que lo peor de una guerra puede venir después, cuando los focos de la opinión pública internacional ya han dejado de alumbrar a la zona y aflora el victimismo y la negación de la memoria. Drakulic defiende la opinión de que la guerra de los Balcanes fue fruto de la tergiversación y manipulación de la historia y los mitos. Otra escritora croata le replica al decir que exagera al describir los efectos de la contienda en Zagreb. De esta forma, los entrevistados entran en relación, cruzan opiniones, se matizan, apoyan teorías y debilitan otras desde la distancia. En otra decisión bien aprovechada, el libro respira de la avalancha de datos y reflexiones gracias al testimonio del ‘yo' viajero de la autora. Postales descriptivas de trazo rápido y literario, casi instantáneas de segundos, con los que dibuja su paso por las principales ciudades de la ex Yugoslavia, Belgrado, Zagreb, Ljujblana, Pristina y Sarajevo.

Núñez se revela como una entrevistadora idónea, que sabe escuchar, se guarda las preguntas más incisivas para el final y deja que el protagonismo caiga al otro lado de la mesa. Así destapa el perfil de los protagonistas del libro, un conglomerado de voces plurales, cada una dotada de su propia individualidad. Unos vivieron el conflicto desde las mismísimas entrañas. La ensayista croata Grozdana Cvitan empuñó un arma, Marko Vesovic escribía en un intento de aliviar el sufrimiento de la población del Sarajevo asediado y el albano-kosovar Shkelzen Maliqi tuvo que desplazar en Pristina sus inquietudes literarias del ámbito institucional al ‘underground'. Otros reflexionan desde el exilio. El testimonio de Aleksandar Hemon, sarajeviano afincado en Chicago, pulsa otra de las claves cuando describe el estado de desesperanza, cansancio y derrotismo que percibe tras lo sucedido en Bosnia. Todos con algo que decir (sobrecogedora la conversación entre dos niños extraída de una obra del bosnio Ozman Kezbo: "¿Tú con quien vas? ¿En la guerra o en el fútbol?") y que en conjunto aportan su propia visión del conflicto, sin que exista unanimidad en las conclusiones.

Mayoritaria es la opinión que concede una importancia fundamental al discurso nacionalista de Milosevic, apoyado por una élite intelectual y fundado sobre la recuperación de mitos del pasado y la construcción de un enemigo, el ‘otro'. Otras voces hacen referencia a cuestiones territoriales, a la complicidad silenciosa de la población civil y a teorías de raíz antropológica como el enfrentamiento entre la modernidad cosmopolita urbana y la tradición patriarcal del medio rural. La historia es otro factor aludido con reiteración, la falta de conexión que hubo por parte de un presente empeñado en olvidar lo que pasó en la Segunda Mundial.

Caso aparte merece la aportación de Miroslav Toholj, ex ministro de Información de la República Serbia de Bosnia, escritor y editor, único testimonio de los denominados ‘meanies', aquellos creadores implicados en el discurso del odio. Todo un indicativo sociológico que sólo un individuo de este sector respondiera a las peticiones de Isabel Núñez, enfrentada a una entrevista de las que duelen, cara a cara frente a un editor capaz de declarar que la última obra de Karadzic le parecía "un nuevo ‘Ulises' de James Joyce". El poder en manos de otro político que ocupó puestos de relevancia durante las guerras de los Balcanes, un hombre oscuro y adherido a la maquinaria bélica más sangrienta que se dedicaba y apreciaba a la literatura, un dato que devuelve al inicio, la reafirmación a la sentencia de Vesovic que envuelve al conjunto de la obra.

Hay ausencias que se hacen notar, como la del albanés Ismaíl Kadaré, intelectual implicado al máximo en la cuestión kosovar, con obras como ‘Tres cantos fúnebres de Kosovo' y ‘Diario de Kosovo', armadas de una prosa volcánica e incontenible y que puede que deje algo exiguo el capítulo dedicado a esta zona, que se niega a abandonar la actualidad. No lo suficiente, en todo caso, como para desequilibrar el tonelaje de reflexiones de peso esgrimidas por el resto de entrevistados, hábilmente hiladas por Núñez.

A medio camino entre el ensayo sociológico y el reportaje periodístico enraizado con la literatura, la autora toca otros aspectos como el papel jugado por el feminismo de la región a lo largo del siglo XX, el irracional vuelco que se dio del comunismo de Tito a un nacionalismo recalcitrante -un paso que se revela de distancia insignificante-, el daño que la guerra ha producido a la generación que hoy tiene entre 28 y 40 años, aquellos jóvenes de los 90, y la implicación de Europa y Estados Unidos en el conflicto, con juicios tan demoledores como el del poeta esloveno Ales Beljebak: "Si esta guerra no hubiera implicado a musulmanes, Europa hubiera evitado el genocidio".

Tiene un valor añadido ‘Si un árbol cae', un último regalo. Alumbra a una fiable representación de la literatura balcánica, poco traducida y menos leída y que no dejó de producir, al contrario, en sus tiempos más sombríos. Rescata y pone al lector tras la pista de autores cuyas carreras merecen un pormenorizado escrutinio. Valgan los ejemplos de los ya citados Hemon, Drakulic y de Dubravka Ugresic. Aunque, en todos los casos, la lectura seguirá sin despejar los verdaderos motivos que llevaron al desastre a los Balcanes, esa zona de la que Winston Churchill expuso en su momento que producía más historia de la que podía consumir.

(Publicado en www.lacallemayor.net/dyn/cultura/libros/criticas-de-libros/)

jueves, 9 de abril de 2009

'ROS RIBAS, FOTÓGRAFO DE ESCENA'. El ojo de la platea


EXPOSICIÓN
'Ros Ribas, fotógrafo de escena'
Sede: Teatro Valle-Inclán (Madrid)

Está ahí, agazapado en una esquina. En silencio, guardando la compostura que impone el exigente ritual de la puesta en escena. Sabe elegir el instante preciso en el que hacer sonar el ‘clic', como el cazador que aguarda con paciencia a que su presa incurra en un error. Es Ros Ribas, el ojo que se mueve sigiloso en la platea, imbuido en la oscuridad que comparte con el público. Es un espectador diferente, un elemento más dentro de la puesta en escena. Suyas son las 500 fotografías de la exposición que acaba de inaugurar en el Teatro Valle-Inclán de Madrid con el apoyo del Centro Dramático Nacional. Ribas ha sacado del viejo baúl una selecta representación de sus mejores instantáneas escénicas, un recorrido que marcha en paralelo al del teatro español de las últimas tres décadas. La memoria que permanece cuando el telón se desploma.

Hay unanimidad alrededor de la figura de Ros Ribas. Gerardo Vera explica que "no retrata, sino que se sumerge en lo más profundo, descubre, ilumina, desvela, lleva en la sangre el ritmo de la escena, crea espacios poéticos". El francés Patrice Chéreau le califica como "el único fotógrafo que conozco, hoy, que sabe fotografiar el teatro". Pulsa así con una de las claves. Las imágenes de Ribas respiran autenticidad por un hecho: sabe lo que está fotografiando. Esa naturalidad se transmite a todo aquel que las contempla. "Ros Ribas explica como nadie lo había hecho hasta ahora la historia del teatro en España", zanja Calixto Bieito.

Hay que subir a la segunda planta del Teatro Valle-Inclán para acceder a ‘Ros Ribas, fotógrafo de escena'. La luz escasea en el recorrido planteado por los comisarios, labor compartida por Ribas y Aurora Rosales. La sala está sumida en una inquietante oscuridad. El orden de las fotografías se salta todo patrón cronológico. Mandan los dramaturgos. Los primeros pasos se dan acompañados del sordo retumbar de los clásicos griegos, con Esquilo, Sófocles y Eurípides a la cabeza. La colección se muestra agrupada por autores, la mayoría encasillados bajo la capucha de ‘clásicos'. Desde aquellos lejanos espectáculos, todavía en blanco y negro, que datan de 1976, hasta la última producción del CDN, ‘Platonov', que apenas lleva unas semanas en cartelera. La cámara de Ribas ha sido testigo del desarrollo del teatro en país y de la evolución de intérpretes como Lluís Homar, Eduard Fernández y Francesc Orella. Crecían, mejoraban, probaban en la dirección y cambiaban de aspecto físico mientras la cámara seguía en el mismo lugar, dando testimonio de la magia que se producía en el escenario.

La exposición permite comprobar las variantes estéticas utilizadas por directores de escena de primer nivel. Las diferencias entre Àlex Rigola y Adolfo Marsillach saltan a la vista. Otra curiosidad reside en la posibilidad de comparar el mismo texto a través de dos montajes diferentes, cada uno con el sello personal de la dirección correspondiente. Las fotografías de Ribas valen para definir las señas de identidad del teatro practicado por directores de primer nivel como Lluís Pasqual, Patrice Chéreau, José Luis Gómez, Calixto Bieito y Mario Gas. Todos están ahí, registrados por ese ojo de la platea que no necesita exhibir musculatura técnica ni inteligencia artística natural para conectar con el espectador.

‘Ros Ribas, fotógrafo de escena' estará en el Teatro Valle-Inclán de Madrid (Plaza de Lavapiés s/n) hasta el 31 de mayo. El horario de visita es de martes a sábado (11.00 a 14.00 y 17.00 a 20.00 horas) y domingo (11.00 a 14.00 y 17.00 a 19.00).

lunes, 6 de abril de 2009

'LA CENA DE LOS GENERALES'. Fogones a filas




'La cena de los generales'

Autor: José Luis Alonso de Santos
Dirección: Miguel Narros
Producción: Producciones Faraute
Escenario: Teatro Buero Vallejo (Guadalajara). 25 de marzo de 2009


Hay temas que a estas alturas llegan un tanto baqueteados a los escenarios por su reiteración y acumulación en escasos márgenes temporales. El escritor Isaac Rosa tituló de forma sintomática y con pellizcos de ironía su penúltimo libro ‘¡Otra maldita novela sobre la Guerra Civil!’. El texto del sevillano apelaba a un doble juego. A la vez que abordaba asuntos de la contienda desde una retórica oficial e histórica y socialmente casi aceptada, una segunda voz se encargaba de cuestionarlos, provocando un efecto de lectura poderosísimo. No es la misión de ‘La cena de los generales’ poner al espectador en ese estado de indefinición e incertidumbre ni dejarlo en el punto exacto que le permita lanzarse de golpe a la reflexión tras mirar al retrovisor. Al contrario, marcha por otra senda más estrecha, alejada de toda disquisición política que afecte a la memoria histórica y bien pegada al asfalto del realismo social en el que con tanta solvencia se maneja José Luis Alonso de Santos, al borde de la anécdota cotidiana.

Autor de largo recorrido y notablemente dotado para la construcción de piezas compactas, a Alonso de Santos le ha costado más de lo esperado estrenar ‘La cena de los generales’, un texto riquísimo para los teóricos al apuntar la mayor parte de singularidades que han venido caracterizando a su producción dramática, una de las más destacadas del teatro de la Transición. Cuando ha conseguido sacar adelante el proyecto no se ha escatimado en detalles, como ha quedado demostrado en esta lujosa megaproducción de colosal escenografía y kilométrico reparto. Alonso de Santos vuelve a los fogones, como en ‘Nuestra cocina’, y los pone nuevamente en un contexto de posguerra, con un país partido en dos pedazos. Los fogones del Hotel Palace son el reflejo a pequeña escala de un conflicto que, una vez terminado, ha agudizado las diferencias entre los bandos contendientes. El país, como los fogones, sigue encendido. Una vez más, la demostración de que lo peor de la guerra viene después.

Franco ha decidido agasajar con una cena de etiqueta a sus generales. Existe un problema, los cocineros permanecen encarcelados. Son republicanos. A contrarreloj, se decide sacarlos del presidio por una noche. Así regresan a su lugar de trabajo, donde se reencuentran con los camareros, del lado franquista. El vestuario ya indica un posicionamiento, blanco impoluto los cocineros y negro mortuorio los camareros. La caricaturización de alguno de los personajes del bando nacional, incluida la grotesca aparición del líder, apunta igualmente hacia esa lectura. Todo dentro de un planteamiento sencillo en cuya línea medular se coloca el maître del Hotel, interpretado por un Sancho Gracia situado casi permanentemente a espaldas de la platea. Da vida al personaje más descontextualizado del conjunto, adornado de sensatez y que a base de diplomacia tratará de sacar adelante el trabajo encomendado. A diferencia de los restantes, con perfiles poco explotados, un rol de mayor complejidad al que, sin embargo, no se le saca todo el potencial. Del maître se sabe poco al empezar y menos al terminar. Despierta poco interés. Queda reducido a una presencia fantasmagórica y casi angelical que se mueve con una sonrisa permanente entre la irracionalidad de imágenes tan impactantes como la compuesta por la cena en mesas separadas de camareros y cocineros, reflejo de las dos Españas tan aludidas en la retórica oficial. Dos planos estáticos, llamarada simbólica, que contrastan con el movimiento continuo que agita al montaje debido a la quincena de intérpretes que pisan las tablas, coreografías algo caóticas y poco mimetizadas en muchas ocasiones. Falta de ajuste desde la dirección de Miguel Narros, previsible y respetuosa con la teatralidad que ya flotaba en el texto, nada especial que la rescate del limbo de la sencillez, pulcritud y contada implicación en el que reposa el espíritu de este montaje. Otro más sobre la Guerra Civil, según el planteamiento literario de Isaac Rosa.

Argumentalmente, ‘La cena de los generales’ puede considerarse una obra dúctil en todas sus capas de lectura, con una alegría difícil de explicar por parte de los cocineros republicanos, a fin de cuentas con una vida destrozada y un porvenir inexistente. Recuerda a la mostrada por las reclusas de ‘Las 13 Rosas’ de Emilio Martínez-Lázaro en ciertas escenas –la persecución roedora del filme podría intercambiarse aquí por el recital zarzuelero-. Las esquinas trágicas de esta historia, que los presenta singularmente el personaje más ridiculizado del conjunto, el de la falangista, apenas asoman. El humor sirve como elixir para suavizar las posturas ideológicas defendidas con mayor fervor. Relaja los momentos más tensos, aislados entre la postura optimista y esperanzadora que maneja el autor, que revaloriza conceptos como la dignidad, válvula de escape emocional en los peores trances, en la onda ‘braveheartiana’ del término. Y al final se incorpora la esperanza. La responsabilidad quedará en manos del amor, nuevamente el recurso principal para que el ser humano obtenga la redención. Si todavía es posible, que la balanza cada vez está más desnivelada.

miércoles, 1 de abril de 2009

'A CIEGAS'. Blanca oscuridad

CRÍTICA DE CINE

¿Puede una película transmitir los mensajes de un libro casi filosófico? Parece difícil. ‘A ciegas’ ni siquiera lo intenta. Fernando Meirelles, el enérgico director de ‘Ciudad de Dios’ y ‘El jardinero fiel’, no ha pretendido abordar el material de José Saramago desde esa perspectiva. Antes que ir a por el fondo de la historia ha preferido quedarse en la forma, quizás para captar la esencia de la novela sin tener que hacer una exposición precisa de sus pensamientos. El resultado final tiene virtudes, puesto que se trata de una película arriesgada y adulta, pero no pedante. Equipada a la vez con algún defecto perceptible. Quien no quiera ver más allá de la simple historia fantástica e impactante, no tendrá porque hacerlo.

‘A ciegas’, tanto el libro como la película, tiene un color: el blanco. Puede que en la novela lo definiesen como un blanco lechoso, pero en el largometraje es cegador. Escenas y personajes se pierden en el blanco cada vez que Meirelles trata de hacer que el espectador empatice con sus protagonistas, que piense en qué debe sentirse al quedar cegado por la luz. Sin embargo, eso no es un obstáculo para que la oscuridad esté presente. El relato no tiene complejos a la hora de adaptar su iluminación e imagen a la cruda realidad de un documental (algo que ya pasaba en ‘El jardinero fiel’, si bien en aquella ocasión con un montaje más vivo) cada vez que quiere retratar las bajezas del ser humano. Esos son los dos niveles en los que se mueve la película. Por un lado está el blanco de la ficción, de la fantástica ceguera que ataca al mundo. Por otro, la cruda realidad, retratada como tal, en la que se manejan los protagonistas. Meirelles no permite grandes discursos a sus personajes, sólo los utiliza, tanto a ellos como a la puesta en escena, para llevar al espectador a un sentimiento de opresión, pesimismo y ¿felicidad?

Una de las mejores armas de ‘A ciegas’ reside en sus protagonistas, un plantel de actores solventes, pero sin necesidad de lucimiento personal. Mark Ruffalo, Julianne Moore, Danny Glover y Gael Garcia Bernal son las piezas fundamentales de toda la trama. Tampoco hay que olvidar a Alice Braga, quien ya colaboró con Meirelles en ‘Ciudad de Dios’ y que aquí se hace cargo de un personaje que guarda mucho más contenido en su interior del que podría parecer a primera vista. Y es ahí precisamente donde está el doble juego que propone el director. Los actores saben transmitir la compleja personalidad del carácter que les ha tocado interpretar. Desde una Julianne Moore a la que la ceguera le permite volver a sentirse útil; pasando por un Mark Ruffalo demasiado humano como para ejercer de líder idílico; hasta Gael García Bernal, un niño que descubre lo divertido que puede llegar a ser malo.

Todos ellos esconden sus pequeñas lecciones morales, pero el espectador deberá ser quien se pare a reflexionar sobre ellas o, si reúne el valor necesario, siempre puede acercarse al mundo de la literatura para que sea Saramago en persona quien ejerza de guía.

J. Pastrana

jueves, 26 de marzo de 2009

'SLUMDOG MILLIONARE'. El arte de aparentar

CRÍTICA DE CINE

No es raro que Hollywood premie los excesos. Son muchos los actores y actrices que tratan de buscar papeles desquiciados que les garantice la nominación al Oscar, si no la estatuilla en sí misma. El ejemplo más célebre es el de Dustin Hoffman y ‘Rain Man’. Con lo difícil que es hacer de persona normal con problemas -casi tanto como serlo de verdad-, son demasiados los premios que van a parar a manos de aquellos que tan sólo parecen ser. Es precisamente el caso de ‘Slumdog Millionare’ y su director, Danny Boyle.

Denostado por muchos, el cine de palomitas, ese que sólo sirve para entretener al espectador, tiene su mejor versión en esta película. Boyle cuenta una historia original, pero vacía, con su nervio habitual que, una vez más, caracteriza a todo el montaje. La mayor parte de las escenas están concebidas como momentos escasamente épicos, en los que la empatía entre el espectador y los personajes se establece a duras penas y se apuesta más por un realismo mágico ‘light’ que por el drama, lo que rebaja el nivel de intensidad de la historia por dura que sea su trama. Boyle y ‘Slumdog Millionare’ son simpáticos, al contrario que sus escenarios, y es en ese punto donde el inconsciente colectivo le juega al mundo occidental una mala pasada.

Sería un error de hablar de profundidad en esta película cuando en ella sólo existe una forma impecable. Nunca resulta aburrida ni se entretiene con detalles. Nunca pierde de vista su protagonista, dispuesto a mantener la inocencia cueste lo que cueste. Nunca profundiza en el día a día de la miseria ni pretende retratarla con fidelidad, sólo aprovecharla para contar una historia de amor. Sin embargo, son muchos los espectadores que pretenderán haber conocido una realidad a través de ella.

Puede que ‘Slumdog Millionare’ sirva para que en Occidente seamos conscientes de que en otros sitios pasan hambre y malviven, pero no es más que una coincidencia. La cámara pasaba por allí y ha grabado. La intención de Boyle y sus guionistas era entretener y lo consiguen. Intentar mirar más allá de eso es dar un premio a la crueldad de la vida y al cinismo del ser humano, al que todavía le gusta aparentar que acaba de descubrir las desigualdades sociales.

J. Pastrana

domingo, 8 de marzo de 2009

'ARRUGAS'. Paco Roca



CRÍTICA LITERARIA

Obra: 'Arrugas'
Autor: Paco Roca
Género: Novela Gráfica. Drama.
Editorial: Astiberri
Año: 2008




RETAZOS DE MEMORIA

El prestigio del cómic, nóvela gráfica según acepción predominante en los últimos años, crece como la espuma entre los lectores. Las tres ediciones que lleva gastadas ‘Arrugas’ tras ganar el último Premio Nacional del Cómic lo refrenda y vale para alejar la imagen falseada del espejismo. Desde luego, el libro premiado representa dignamente a una nueva hornada crecida con referentes como Carlos Giménez que, con el imperturbable ‘Paracuellos’, ha dejado de refugiarse en una trinchera poco poblada. Dentro de esa misma línea de realismo social cuyo ánimo no decae entre el consumidor medio de cultura se inscribe ‘Arrugas’, un poético y entrañable acercamiento a una de las coyunturas vitales más amargas a las que conduce la vida, la progresiva degeneración física y mental del ser humano, una vía por la que inevitablemente se debe circular. Paco Roca ha querido ficcionalizar un caso concreto surgido de la suma de experiencias captadas de forma indirecta. Un tema reconocible sobre el que el arte prefiere no ahondar demasiado (“vivimos en una sociedad que no cuida a sus mayores”, dice Clint Eastwood desde sus 78 años), aunque películas como la reciente ‘Lejos de ella’ (Sarah Polley) lleven la contraria. Un guiño a la trama central a este filme, rescatado de un cuento de Alice Munro, es la imagen de un anciano mirando fijamente y a unos metros de distancia a una pareja, la formada por su mujer, que le ha olvidado, y la nueva persona de la que se ha enamorado.

‘Arrugas’ se vive de puertas adentro en una residencia de ancianos, última estación vital y frontera generacional que separa al protagonista, un empleado de banca, de su realidad social más reconocible. Deberá enfrentarse a un entorno que desconoce, a situaciones imprevisibles y, lo peor, a los primeros hachazos de la degeneración senil y el Alzheimer. Uno de los puntos que mayor interés concentra es el uso único de un escenario aparentemente frío e intrascendente como un geriátrico. Roca lo colorea a base de historias que van en paralelo a la principal. Así gana fuerza como generador de vivencias bañadas de sensibilidad como la de Rosario, una de las más potentes del conjunto, una señora que mata el tiempo mirando por la ventana, a la caza del mejor recuerdo que le ha dejado preservar la memoria, un viaje en el Orient Express. Es interesante observar el contraste de la gama cromática, como de la oscuridad de la sala de televisión se pasa al color otoñal y melancólico que domina en las escapadas oníricas de los residentes, válidas para introducir al conjunto de la obra en un código puramente poético.

Roca estructura el argumento sobre las experiencias del ex empleado de banca al que su familia (“estamos muy ocupados en el trabajo”) deja al cuidado de la residencia. Rápidamente ese protagonismo basculará hacia Miguel, el compañero de habitación, el líder en la sombra del centro. De la mano de estos personajes irán saliendo a la palestra todo un ramillete de historias secundarias de mayor o menor alcance. Antonia, la mujer que realiza pequeños hurtos para entregarle el material a su nieto, será el tercer eje del triángulo. El trío protagonizará una escapada fuera de la residencia que recuerda inevitablemente a aquella rebelión que liderara el personaje de Jack Nicholson en ‘Alguien voló sobre el nido del cuco’.

Junto al desarrollo estructural, una vía principal de la que salen numerosas secundarias perfiladas con máxima brevedad, hay que elogiar la habilidad del autor para hilar viñetas de un valor estético y simbólico potentísimo. La grisácea realidad que describe se relaciona con el color en esa estática secuencia de doce viñetas con las que queda reflejado un día normal en la residencia. Demoledora es la única línea de diálogo con la que culmina la serie: “¿Qué tal el día?”. De esta manera, ‘Arrugas’ no esquiva esa sensación de tristeza crepuscular que embarga la rutina de los residentes en un centro de estas características. Una postura que sí es novedosa es mostrarles con la suficiente fuerza por la que seguir luchando por su dignidad como seres humanos, cada uno desde su propia forma de afrontar los hechos. El mejor resumen lo encarna Miguel, estafador de corto alcance cuya evolución en ayuda de su compañero de habitación deja una apreciable bocanada de sensibilidad, amistad y compañerismo.

‘Arrugas’ se nutre del contraste entre la ternura que desprende la actitud de sus protagonistas –la historia de amor de Dolores y Modesto, el último aquejado de Alzheimer, tocará la fibra del menos sensible- con esa otra más oscura que les coloca en el interior de vidas que para el resto de la sociedad ya están gastadas, un recuento de días y horas al servicio de la nada. Esa combinación incluye algún guiño sangriento que puede parecer fuera de contexto y puesto de relieve con la intención de dar fuerza a la presencia del autor.

“Esto es el tiempo al revés”, sentencia uno de los personajes al percibir la lentitud con la que caen los segundos. Una realidad dura de asumir, sobre la que se escribe poco y dibuja menos, y a la que Paco Roca ha sabido extraerle en apenas un centenar de páginas un valor nada desdeñable al optar por cruzar la visión más amarga y real de los hechos con la posibilidad de que la imaginación y memoria retengan en el lugar más inesperado los mejores recuerdos de una vida.

martes, 3 de marzo de 2009

'EL OTRO LADO'. Maldita frontera


'El otro lado'

Autor: Ariel Dorfman
Dirección: Eusebio Lázaro
Reparto: Charo López, Eusebio Lázaro y José L. Torrijo
Producción: Galo Film
Escenario: Teatro Buero Vallejo (Guadalajara). 28 de febrero de 2009


Todo un anticipo, Charo López se quejaba en una conferencia celebrada en un foro cultural alcarreño hace casi un lustro del poco peso de la dramaturgia española contemporánea, circunstancia que le obligaba, entrecomillado lo último, a recurrir a autores foráneos. Tuviera razón o no, los hechos probados se inclinan más por la segunda posibilidad, no se puede acusar a la actriz de andarse con dobleces. Desde aquel punto de inflexión, López se ha involucrado en dos proyectos prestados del exterior, el monólogo de Dario Fo ‘Tengamos el sexo en paz’, indiscutible vehículo de lucimiento interpretativo al que alumbró y dotó de vida propia, y ‘El otro lado’, con el que lleva de gira un largo periodo, un texto avalado por la autoría de Ariel Dorfman, dramaturgo chileno conocido por el gran público como creador de la inquietante ‘La muerte y la doncella’.

Como en aquel texto con el que Roman Polanski fijó en las pesadillas del cinéfilo de mediados de los 90, las secuelas psicológicas que deja la violencia ocupan el primer plano de ‘El otro lado’. Mujeres rotas por la guerra y los regímenes opresivos. Por fuera aparentan equilibrio. Es en el interior donde siguen abiertas esas heridas que no cicatrizan. La de Levana Julak lleva impresa el nombre de su único hijo, que se marchó al frente y del que dos décadas después no ha recibido noticia alguna. En esos trances, pocos calvarios peores que la falta de información, como recientemente demostró ‘En el valle de Elah’. Parecido papel teñido de sufrimiento que le tocó en aquel largometraje a Tommy Lee Jones es el que ahora administra Charo López con una mesura y contención no contagiada al resto del reparto. Hay más rasgos que apuntan a una conexión directa con ‘La muerte y la doncella’, aparte de esa tortura interior que mata lentamente a la protagonista, porque no hay duda de que Julak soporta el peso de la función. El destino le vuelve a ofrecer la posibilidad de reencontrarse cara a cara con el pasado, en esta ocasión desde una posición abierta a la esperanza. Igualmente, la obra se escora de inicio a la denuncia de tipo político. Si ‘La muerte y la doncella’ intensificaba la presión a aquellas democracias de nuevo cuño empeñadas en negar desde el olvido un pasado oscuro, ‘El otro lado’ asfixia con mayor blandura a todas esas políticas relativas a la inmigración y denuncia la extrema crueldad que azota a la población civil en los conflictos bélicos. Posturas que no precisan de contexto, puesto que las referencias cuando se mencionan muros, impertinentes burocracias e invasiones ilegítimas saltan sin necesidad de exigir demasiado a la memoria.

La primera adaptación al español de ‘El otro lado’, un encargo hecho a Dorfman desde Japón, cuenta con el defecto de estar planteada con el objetivo de colocar las emociones por delante de la reflexión profunda. Así se comprueba por la interpretación de energía incontenible de José Luis Torrijo, el ejemplo más clarificador. Su irrupción en escena, todo un homenaje al cine ochentero extraplanetario de Spielberg, y la estruendosa compañía de un sonido de decibelios revolucionados, dotan al conjunto de un surrealismo estrambótico en la línea menos provocadora de Ionèsco que vale para difuminar la pertinente lectura de corte sociológico y político y distanciarse del realismo.

La obra va adquiriendo una tonalidad íntima en claro contraste con la aspereza inicial que aglutinaba situación bélica perpetuada y personajes frágiles que resisten a duras penas en esa territorio indefinible que ya retratara con ánimo de denuncia explícita Danis Tanovic en la película 'En tierra de nadie' (2000). A ese cambio progresivo, la evolución de una situación enquistada a otra imprevista, le falta, no obstante, sutileza. A diferencia de ‘La muerte y la doncella’, las intenciones de la dirección reducen el potencial dramático, afectado por un registro tragicómico con mayor apego por la segunda parte del término. Baja el listón de esas pretensiones de teatro de autor y político al que es tan proclive Dorfman para colocarse a ras de tierra, a un nivel lacrimógeno melodramático. Así, y lo consigue, gana empaque al potenciar la empatía colectiva con el dolor de una madre que debe asumir la peor de las realidades, toda una declaración de intenciones. Y ahí sí que no hay sonrisas que valgan, haya o no fronteras.

miércoles, 25 de febrero de 2009

'5 PIEZAS PARA TOMAR CAFÉ'. Cortado de amor


'5 piezas para tomar café'

Género: Danza contemporánea
Dramaturgia y adaptación: Coral Troncoso y Nicolás Rambaud
Compañía: Megaló Teatro
Escenario: Corral de Comedias (Alcalá de Henares). 21 de febrero de 2009


De momento, se desconocen las propiedades afrodisíacas del café. Sí otras de distinto efecto, básicamente relacionadas con su condición de estimulante y, en menor grado, con la gustativa y terapéutica. No vale en estos análisis científicos confundir lo primero con el factor del estímulo, reducido a cantidades inferiores en el caso del café al entrar en comparación con otras bebidas de mayor recorrido nocturno. En ‘5 piezas para tomar café’, la bebida que se sirve actúa como un flechazo ‘cupidiano’ directo al corazón. En todos los sentidos, no aplicable exclusivamente al capítulo romántico. Viene caliente y en vaso de porcelana diminuto el café que acompaña a esta propuesta de danza contemporánea, delicadeza de pequeño formato e intento similar al practicado hace unos años por la compañía vizcaína Markeliñe con ‘4 de corazones’, un montaje de semejantes pulsaciones y mayores miras.

Una cafetería de decoración minimalista opera de escenario en el que se sucede el quinteto de historias coreografiadas alrededor del amor, ese motor tantas veces gripado que impulsa el mundo. Son cinco micropiezas que totalizan una hora, de concepción sencilla y cuyo valor se somete al placer estético por encima de la relación entre la dramaturgia y las danzas. Megaló Teatro ha querido ofrecer un ramillete de perspectivas del amor, una visión multidimensional sin ánimo de ser definitiva, profundizar en exceso ni cubrir toda la superficie de posibilidades. Frentes que abre con sencillez, al servicio de coreografías montadas en pareja y en las que el tacto desarrolla un papel fundamental. El contacto, piel con piel, que incrementa la temperatura de la segunda de las piezas, la dominada por la pasión irrefrenable, sabe a café afrodisíaco de máxima calidad. Constituye una de las cimas del conjunto junto al potente arranque brindado por el flechazo, juego corporal y táctil de enorme belleza visual que deriva en una versión moderna de ‘La bella durmiente’. Menos limpias, no en cuanto a ejecución y sí en lo referente a empaque colectivo, quedan las coreografías que aproximan a ‘5 piezas para tomar café’ a un desenlace que realmente es inexistente.

El espacio escénico se desnuda para cada una de esas coreografías prácticamente mudas diseñadas por Coral Troncoso y Nicolás Rambaud, arrinconando el posible aprovechamiento de la cafetería. Producción mínima, todo queda en manos del reparto y de cómo desde el despliegue corporal, con la ayuda de una tercera protagonista, una banda sonora elegida con un olfato sensible y un oído melómano, el quinteto de bailarines se arroja a la misión de realizar una aproximación a algo tan intangible como el amor. Estimulante, aunque tramitada en una dosis –demasiado- exigua, la equivalencia a un cortado servido con mimo.

lunes, 23 de febrero de 2009

'DÍAS MEJORES'. Crisis colateral


'Días mejores'

Autor: Richard Dresser
Director: Àlex Rigola
Producción: Teatro de La Abadía
Escenario: Teatro de La Abadía (Madrid). 15 de febrero de 2009


Cada estreno de Álex Rigola conlleva una justificada dosis de expectación. El director barcelonés se encuentra cómodo en la situación, habituado a retorcer textos, exprimirlos y conducirlos a ese terreno en el que imprime su sello, una forma de asimilar la actividad teatral que le distingue de otros compañeros. Ejercicios de estilo intransferible definidos por argumentos llevados al límite y traducidos ya en el escenario como una suma de lenguajes estéticos reforzada desde la trinchera de lo expresivo. Para adornarse en esa tarea precisa de textos que contengan emociones fuertes. Materiales combustibles que precisen de una mano, la suya, que los haga estallar. El norteamericano Richard Dresser es el autor de ‘Días mejores', obra adherida a tesis antisistema, derivada de una etapa de depresión económica determinada, los 80 estadounidenses. El paralelismo con la situación que en la actualidad azota a medio mundo se codifica al instante. Todo en bandeja y dispuesto, entonces, para ser amasado por esa poderosa maquinaria manejada por Rigola, que en 2000 ya había trabajado sobre otro texto de Dresser, ‘Un golpe bajo'.

‘Días mejores' extiende ese sentimiento globalizado de desolación económica y moral sobre unos personajes perdidos que deambulan por un contexto que ya les ha superado. Una pandilla de zombis devorada por la realidad de un sistema que no les admite. La obra transcurre en el interior de una casa destartalada, aunque la verdadera revolución se vive en el exterior, rotas las normas de convivencia cuando el sistema se derrumba. Los perros se han convertido en los dueños de la calle, una de las mejores metáforas que arroja ‘Días mejores' desde esa ambientación opresiva ya descrita. Hay otras llevadas al paroxismo y no por ello menos corrosivas, como aquellas que tienen que ver con ese disparatado frenesí sexual que empieza con la masturbación compulsiva de la jovenzuela del grupo y culmina en una orgía ‘hamburguesada'. Imágenes excesivas, aunque se detecte en la dirección un ligero grado de contención no advertido en otras producciones de parecidos códigos.

Lejos de detenerse y reflexionar, los protagonistas de ‘Días mejores', representantes de una sociedad enferma, actúan sin tener en cuenta las consecuencias. Movimiento continuo desde una estética cercana a videojuegos atolondrados como ‘State of emergency'. Acelerada desde el inicio, la puesta en escena sólo se ralentiza con la inclusión de una subtrama pseudoreligiosa que termina por apropiarse en exclusiva del significado, sentido e intención del montaje. Ray, uno de esos personajes sin pasado, escucha voces. Un detalle que le convertirá en la esperanza del resto, un nuevo mesías del que el autor se vale para reflexionar sobre el alto grado de expectativas que la humanidad deposita en una fe extraterrenal para escapar psicológicamente de los peores trances.

A partir de esa toma de decisiones, Rigola maneja los resortes del texto aplicando un porcentaje casi equitativo al humor blando de tono ‘friki', una ironía apenas perceptible, una irremediable sombra trágica y el fichaje a última hora del surrealismo, esta vez con menos espacio reservado a la insolencia. El primer aspecto, en el que más hincapié se ha puesto, sale reforzado con la presencia de Tomás Pozzi, mafioso que no esconde el acento argentino y que se aplica con dedicación en la ingente tarea de reflotar el montaje desde el punto de vista humorístico. Hasta ahí, la monotonía del resto de la cuadrilla y la inexpresividad de sus sentimientos -las necesidades físicas imperan sobre las emocionales- conducían la obra por el filo del aburrimiento, a falta de sembrar algo de interés por lo que pudiera sucederles en el futuro.

Las intenciones de Dresser de esbozar un retrato de una generación tan indefensa como perdida y sometida a los caprichos de un sistema sin lógica, reposan en un lugar indeterminado, en una nebulosa impuesta por la indefinición de los protagonistas. Se hace complicada la búsqueda del posible nivel de identificación entre esos personajes y los que están padeciendo en mayor grado la crisis actual. No es imprescindible calibrar esa equivalencia, pero cuando la realidad, por menos visceral que parezca, supera lo escénico, no queda más remedio que afirmar que la denuncia que sobrevuela el texto de Dresser se queda escondida en los laterales.