miércoles, 28 de septiembre de 2011

'SABER PERDER'. David Trueba


CRÍTICA LITERARIA

Obra: 'Saber perder'
Autor: David Trueba
Editorial: Anagrama
Género: Novela
Páginas: 544
Año: 2008


Hay libros transparentes, de un caudal arrollador que arrastra a su paso historias que terminan por desembocar en el interior del lector. Allí ya planean instalarse el tiempo que consideren, normalmente en régimen de alquiler vitalicio. Se lo han ganado a pulso, argumentan, tras horas de placer, disfrute y sufrimiento prestadas a su destinatario. Hay frases que la memoria arrancará de sus páginas y conservará. Personajes cuyas sinrazones algún día alumbrarán respuestas desde el ingenio o la resignación. Y situaciones que se darán por repetidas ante su aparición en el escenario de la realidad.

Pocas obras pueden llegar a tocar tal estatus. ‘Saber perder’ lo consigue por seguir el ideario antes expuesto a piñón fijo. David Trueba (Madrid, 1969), hoy cineasta, guionista y columnista y demasiado esporádicamente escritor, publicó en 2008 ‘Saber perder’, su tercera obra tras ‘Abierto toda la noche’ (1995) y ‘Cuatro amigos’ (1999. ‘Abierto toda la noche’ fue el primer peldaño veinteañero de una trayectoria que afinó con ‘Cuatro amigos’, certera radiografía, dura en ocasiones, tierna casi siempre, de un grupo de (no)perdedores unido por ese artilugio tan frágil denominado amistad. Ambas son dos novelas de degustación rápida, recorridas de principio a fin por situaciones cotidianas teñidas de incertidumbre, con personajes que irradian carisma (el antológico Solo de ‘Cuatro amigos’) y en las que no falta el uso del humor como agujero por donde se cuela el posible exceso de amargura.

‘Saber perder’ recoge lo mejor de esas dos obras y lo multiplica. Trueba captura con precisión fragmentos perfectamente definidos de la vida de cuatro personas, que más que nunca podrían ser ese yo, tú o aquel que tantos escritores ambicionan sin fortuna al crear sus obras. El madrileño define a sus protagonistas por un ahora que arroja luz sobre lo que fueron y lo que serán sin necesidad de plasmarlo. No necesita así tirar de contextualización para dotar de vida a sus criaturas, que hasta en sus momentos más bajos siempre tratadas con cariño por el autor. Esta apuesta entronca directamente con la mayoría de relaciones que establece el ser humano a lo largo de su biografía, definidas muchas veces por un ahora que tanto dice del antes y anticipa del después.

Es significativo que una novela de más de medio millar de páginas no desfallezca en tramo alguno. Esto sucede al mantener Trueba fidelidad a un estilo limpio, claro y sencillo que lleva hasta sus últimas consecuencias. Sin adornos, esboza a cuatro personajes que, aunque golpeados en diferentes proporciones por la vida, aguantan en pie. Nada es impostado en ellos ni en la mediación del novelista, que no tira de cruces artificiales entre ellos tan de moda a la hora de potenciar esa sensación de novela o película-colmena. Es cierto que hay tramos algo morosos, como los algo reiterativos escarceos sexuales del anciano Joaquín, el reverso a toda esa jerarquización de abuelos que habita en los seriales televisivos, simpáticos y fuente inagotable de anécdotas. En esos casos se ralentiza la lectura, aunque son tan febriles los cambios de perspectiva que esta rutina enseguida se desvanece ante el empuje juvenil de la jovial Silvia, presente y futuro y por ello eje del relato, el flequillo móvil del futbolista argentino Ariel y la que es, sin duda, la mejor creación del cuarteto, Lorenzo, ese padre de familia abandonado por casi todo y acosado por una conciencia gritona que, pese a los problemas, no se resigna a la búsqueda de algo similar a la felicidad.

Son todos seres creíbles, con sus heridas y fragilidad a superficie, afectados por la soledad, el desamor y el fracaso, cercanos y que pese a su aparente grisura revelan una profundidad abismal. A través de ellos Trueba pasa listado a temas que afectan de lleno a la sociedad española de principios del siglo XXI, como la inmigración, la situación de la tercera edad, el poder incontestable del fútbol e incluso la desestructuración del núcleo familiar, generando una mezcla íntima y sociocultural fascinante. La vida, eso es.

domingo, 4 de septiembre de 2011

'LA PIEL QUE HABITO'. El autor caníbal


CRÍTICA DE CINE

'LA PIEL QUE HABITO' (Pedro Almodóvar. España, 2011)

Pedro Almodóvar es un caso único, algo que ya no admite dudas. Es en sí mismo un género, perfectamente reconocible y al que el propio cineasta no renuncia aunque siga dando muestras de querer recorrer otras vías, de tomar unos riesgos que con una carrera consolidada por completo podría obviar. ‘La piel que habito’ es otra demostración de que su figura, estilo y todo lo que arrastra se coloca varios pisos por encima de lo que cuenta. Hay una inequívoca intención a lo largo del metraje de este desconcertante filme de dejar una huella que huela, se abra paso y se quede. Incluso cuando la historia, un frío y desapasionado drama bien masticable aunque olvidable casi al instante, no lo pide, Almodóvar firma secuencias, planos y líneas de diálogo que dejan su impronta. Es ‘La piel que habito’ así otro ejercicio autoral propio del manchego, aunque en esta ocasión descarte la comedia (no el disparate) y apueste por la grisura, la falta de sentimiento y los personajes movidos por las acciones y no por las emociones.

‘La piel que habito’ lleva de inicio al espectador de la mano. Va presentando con exasperante lentitud personajes y situaciones hasta que el puzle queda formado llegado el ecuador. Un largo flash-back se adueña entonces de la escena, como una telaraña de la que ya no se puede escapar, y la película muta en lo que realmente es, un contenido drama poco creíble y al servicio de las formas por el que se pasean temas como la venganza, la identidad sexual y la descomposición del núcleo familiar. Nada nuevo en el universo de Almodóvar, que conforma con ‘La piel que habito’ otro ejercicio de estilo que sabe canibalizar a su manera, perdida ya toda frescura e irreverencia del antes -como evidenció en ‘Los abrazos rotos’-, genial a cuentagotas –hay, como mínimo, un par de imágenes poderosas que golpean la retina- y que levantará tantas pasiones como indiferencia.