sábado, 21 de agosto de 2010

'PAINTBALL'. A bolita limpia

CRÍTICA DE CINE

'PAINTBALL' (Daniel Benmayor, 2009, España)

Recibe el nombre de 'paintball' una modalidad deportivo-militar de efectos antiestrés en la que un grupo de personas se dedica a guerrillear sustituyendo pólvora por pintura. Es un divertimento adaptado casi en exclusiva al paladar de dos tipos de colectivos, trabajadores de jerarquía y dinero a la búsqueda de sensaciones nuevas y colegas sin demasiadas pretensiones.

En su acercamiento a esta práctica, abordada desde las convenciones genéricas del 'survival', Daniel Benmayor prescinde del dibujo psicológico de los personajes, de modo que desde el inicio se configuran como arquetipos de los que poco se sabe y menos interesa. El interés de 'Paintball', un debut con aspiraciones de saltar fronteras, se concentra por completo en la forma, una apuesta por una perspectiva en el que la cámara es otro personaje, un angustiado miembro más del grupo de protagonistas sometido a una despiadada cacería humana. Esta elección comporta no prestar tanta atención al desarrollo argumental. Hay que hacerlo a lo aterradoramente real que se presenta la imprevisible y macabra colección de formas de morir que tiene en nómina el perseguidor, algo más que un familiar cercano del Depredador que hace décadas se divirtiera con una pandilla de mercenarios capitaneada por Arnold Schwarzenegger.

En esa huida hacia la nada a la que son condenados los participantes en el juego, Benmayor deja una reflexión sobre dos ideas machacadísimas a nivel cinematográfico, la sociedad contemporánea vive, respira y necesita la violencia y el peor enemigo del ser humano no está fuera ni cerca, está dentro. Tras poco más de 80 adrenalíticos y distendidos minutos, la ópera prima del cineasta barcelonés llega a ese callejón sin salida, ofreciendo un desenlace convencional y que subraya lo evidente. Poco importa, puesto que lo importante, que en este caso reside en lo visual, en ese parentesco con un videojuego de última generación y en la habilidad para montar larguísimos planos-secuencia finalmente bañados en sangre, ya estaba aclarado.

(http://www.lacallemayor.net/dyn/cultura/cine/criticas-de-cine/)

miércoles, 18 de agosto de 2010

LOS SERES FANTÁSTICOS Y EL CINE ESPAÑOL


LAS MIL CARAS DE LA BESTIA

Un recorrido por la compleja relación entre los seres fantásticos y el cine español


Entre el polvoriento género fantástico sesentero y pretransición y un panorama actual en el que industria y arte pugnan por ocupar el trono del cine español, se dejó ver un mamífero de malos humos y oscuros antecedentes. Álex de la Iglesia (Bilbao, 1965) sacó del rebaño de su enfermiza imaginación el demonio más terrorífico y original que se ha paseado por una pantalla peninsular, una cabra con alergia al plató, descendiente del ser imaginario más temido, el Mal.

La irrupción de este animal coronaba ‘El día de la bestia’ (1995) un filme imprescindible para entender la relación entre los seres imaginarios y el cine español. Asomaba por la pantalla una bestia agonizante, paradigma de la compleja alianza establecida entre el celuloide hecho en España y esos mundos paralelos alejados de la realidad. En todo caso, un familiar directo de otro de esos monstruos fetenes a los que el tiempo elevará a la categoría de icono, el fauno fabricado por Guillermo del Toro (Guadalajara, México, 1964), estandarte de una producción, ‘El laberinto del fauno’ (2006), rebosante de elementos extraídos del paraíso de la imaginación. De la Iglesia y Del Toro practicaron con sus películas un masaje cardíaco providencial para la alicaída fantasía del cine español. La bestia respiró. Todavía sigue viva.

El tercer vértice del triángulo es más joven y ejerce de símbolo contemporáneo de la resistencia del fantástico. Viste de rosa, lleva tatuajes en forma de cicatriz y se comunica a base de gruñidos. Aunque parezca originaria de Egipto, guarda en el bolsillo de su única vestimenta, una gabardina desgastada por los años, un DNI que conduce hasta un caserío del País Vasco. Es la momia que Nacho Vigalondo (Cabezón de la Sal, 1977) hizo desfilar por esa disparatada pasarela que denominó ‘Los Cronocrímenes’ (2009), una producción que abandera a una generación de jóvenes cineastas que se están abriendo paso con un mecanismo de funcionamiento tan básico como eficaz: una apuesta contundente por el cine de género, tan maltratado históricamente en España.

Demonio, fauno y momia. Seres imaginarios sin parentesco directo con la mitología, vivero habitual de individuos de esta raigambre y que en España apenas ha tenido incidencia cinematográfica. Lo mismo pasa con la dicotomía superhéroe- supervillano, sin cultivar en el campo del cómic español, más próximo a legitimar personajes de un surrealismo cañí como Mortadelo y Filemón y Zipi y Zape, ambos trasladados al cine con mala fortuna. En el ámbito de las leyendas generacionales, como un islote en medio del océano se sitúa ‘Romasanta’ (Paco Plaza, 2003), ambientado en la Galicia del siglo XIX y que se acerca, sin demasiado éxito, a la historia real de Manuel Blanco Romasanta, para los amigos ‘El hombre lobo de Allariz’. Un oasis en una industria que apenas ha apostado por el imaginario colectivo. El motivo salta como un resorte. Durante mucho tiempo, en España no ha hecho falta imaginar ni fabricar leyendas. Los monstruos ya estaban demasiado cerca.

Valgan los tres ejemplos citados, para los que no hay que viajar demasiado en el tiempo, apenas una década, para plantear la relación entre los seres maquillados por la mente del guionista y el producto final, aquel bajo el que dictan sentencia los degustadores de palomitas y los que aspiran a vivir lo imposible. Porque ante la achacosa realidad, no hay nada mejor que dejar volar la imaginación. Y en esa labor pocas disciplinas se defienden mejor que el cine, un billete a terrenos inexplorados poblados en tantas ocasiones por aquellos personajes que Borges clasificara en ‘El libro de los seres imaginarios’.

Si la bestia, la momia y el fauno capitanean el renovado batallón de seres imaginarios en estos tiempos en los que el cine de género gana peso y adeptos, hay que rendir honores a los antepasados, a los pioneros, a aquellos creadores que despejaron el camino. Entre aullidos de licántropos en huelga de hambre, el carisma de monstruos de leyenda cocinados a la española y las presencias fantasmagóricas con vivienda en mansiones poseídas por embrujos ancestrales se pueden escuchar los gritos de un viento que sopla nombres como Paul Naschy, Jess Franco, Segundo de Chomón, José Luis Cuerda, Daniel Monzón, Jaume Balagueró, Paco Plaza, Brian Yuzna y hasta el ‘McDonaldizado’ Alejandro Amenábar.

Hay que retroceder un siglo para encontrar al tatarabuelo de los seres imaginarios. En 1908, Segundo de Chomón edificó ‘El hotel eléctrico’. Todavía hoy provoca escalofríos contemplar, bajo el ritual técnico de la manivela, el deambular de maletas sujetadas por la nada. Quedaba bautizada la primera generación de espectros. Como casi todos, de aviesas intenciones. Seguiría esta senda otra producción totémica obra de Edgar Neville y ‘La torre de los siete jorobados’ (1947), un edificio al completo de seres imposibles y fantasmas. Después, trazando una ruta rematadamente irregular, el listado se extiende en nombres, aunque no en importancia, cosas del cine español. Desde los hombres lobo de Paul Naschy, ídolo en Estados Unidos y anónimo en España, hasta los niños espectrales de ‘Los otros’ (Alejandro Amenábar, 2001) y ‘El orfanato’ (Juan Antonio Bayona, 2007), hay un largo trecho lleno de piedras y peligros, como los que infectan otra saga de prestigio internacional, ‘REC’ (2007), de Jaume Balagueró. La elección ya queda en manos del espectador.

LOS ESCENARIOS DE LA BESTIA
La magia que desprende todo ser imaginado se expande por los alrededores. Su personalidad y físico se contagia a los escenarios, una comunión perfecta capaz de generar universos imposibles. Ningún turista ni madrileño de alma podrá ver un Madrid como el reflejado por ‘El día de la bestia’. El influjo del demonio permite ver una ciudad llena de señales ocultas, poseída por una Navidad insana. Daniel Monzón la oscureció aún más en ‘El corazón del guerrero’ (1996). La película ideada por el autor de la multipremiada ‘Celda 211’ (2009) dibujó un Madrid que ardía en las llamas del consumismo, un juego de rol en la mente de su joven protagonista, un Bastian de ‘La historia interminable’ al que Monzón quitó toneladas de ingenuidad.

Todo, hasta el paisaje más irreal, está contaminado por la imaginación. Una mente que no tiene límites es la de José Luis Cuerda, que antes de tomarse demasiado en serio (‘Los girasoles ciegos’, ‘La educación de las hadas’) apostó a principios de los 80 por una trilogía imposible (‘Total’, ‘Amanece que no es poco’ y ‘Así en la tierra como en el cielo’) en la que los seres irreales eran de carne y hueso. La bestia en aquellos años 80 dormitaba y se movía a velocidad zombi -qué mal ha tratado el cine español a estos entrañables seres-, aunque disfrutaba de esporádicos sueños placenteros.

Siguió durmiendo el resto de la década, con un cine español rendido a las subvenciones políticas. Sólo despertó a mediados de los 90 tras una revuelta capitaneada por Álex de la Iglesia, un superhéroe de carne y hueso. El vasco se ha propuesto dar una vuelta al cine español desde su nuevo puesto de director de la Academia del Cine. La última ceremonia de los Premios Goya 2010, planificada al fin a la perfección, fue el primer paso. No estará sólo De la Iglesia en esa lucha para demostrar que el cine español, además de dogmatizar y socializar, puede entretener. Cuenta con las mejores armas de un creador: la imaginación y, aquí radica su singularidad, la perpetua  compañía de una bestia de mil vidas que, como todo ser imaginario, sabe que nunca le dejará solo. Una auténtica superviviente.

'Las mil caras de la bestia', artículo sobre los seres imaginarios y el cine español aparecido en la revista Iberystyka ¿? de la Universidad de Varsovia (págs. 22 y 23).
http://www.iberystyka.uw.edu.pl/pdf/jornal/jornal-20.pdf