miércoles, 21 de julio de 2010

'UNA HORA MÁS EN CANARIAS'. Tinto sin burbujas


CRÍTICA DE CINE


'Una hora más en Canarias' (David Serrano, España, 2010)

Hay algo que no termina de encajar en el cine de David Serrano, que con ‘Una hora más en Canarias’ contabiliza ya tres películas. Deja su todavía breve filmografía chispazos demasiado esporádicos para catalogar alguno de sus trabajos como sólidos o completos. Existe la sensación general de trabajo más o menos bien hecho, de cine de referentes marcados y conexiones limpias, apoyado por actores que hacen funcionar sus papeles, nada que extrañe al estar en un país con excelente cantera de virtudes tragicómicas. Pero siempre hay defectos que enturbian el resultado final, ya sea una trama demasiado superficial, unos diálogos inconsistentes o, directamente, la falta de gracia, apunte el último que vale para ilustrar el balance global de ‘Una hora más en Canarias’.

‘Días de fútbol’ se aprovechó del vacío, cuando no maltrato, establecido en la relación entre cine y fútbol. Todo apunta a que la consecución del Mundial no mejorará la situación. El carisma desplegado por los intérpretes de esta película admirablemente dominguera dieron algo de empaque a uno de los mayores tropezones visto en años, la incomprendida ‘Días de cine’, apuntalada por pequeñas dosis de ideología anulada ante una propuesta tan desconcertante. Con ‘Una hora más en Canarias’, David Serrano ha querido reencauzar su cine, llevándolo a los orígenes, cuando tocó cumbre con el guión de la saga iniciada por ‘El otro lado de la cama’.

Persigue esa estela ‘Una hora más en Canarias’, pero desde el momento en el que la trama toma el avión todo carece de grosor y ni en sus mejores momentos resiste la comparación con los híbridos cómico-musicales de Emilio Martínez-Lázaro Ya antes hay avisos suficientes de que la fórmula está agotada, rota ante la superficialidad de unos personajes que ni en las mejores líneas de diálogo delatan algo de vida por dentro. El frágil cuadrilátero de amor que se dibuja entre Pablo (Quim Gutiérrez) y sus tres pretendientes, las colombianas Angie Cepeda (Claudia) y Juana Acosta (Mónica), y la bisoña Miren Ibarguren (Elena), se mueve entre una sofisticada puesta en escena de aires pop y colores vivos y el ritmo vertiginoso, ‘naif’ y tontorrón de los diálogos. El factor musical tiene menos peso –y nivel- del esperado y sólo la frescura y espontaneidad de una Ibarguren inexplicablemente en paradero desconocido durante gran parte del metraje y el torrencial humor sin corsés de Eduardo Blanco dan algo de vida a un conjunto sumamente plano y de enganche emocional fallidamente ‘culebronizado’.

A diferencia de tantas comedias con aspiraciones, a ‘Una hora más en Canarias’ le salva su coherencia interna, fuera de toda aproximación realista. Serrano no hace trampas ni decora diálogos y situaciones. Su profundidad es la que es y no la disfraza: cero. ‘Una hora más en Canarias’, anotada la arbitrariedad de situar la acción en las Islas Afortunadas –tampoco puede funcionar como reclamo turístico-, es como otro de esos tinto de veranos insípidos que abundan en el estío. Se toma y se olvida, y lo peor es que quién sabe dónde se quedó algo parecido a un agradable sabor de boca.

domingo, 11 de julio de 2010

'QUE SE MUERAN LOS FEOS'. Un actor entre la blancura


CRÍTICA DE CINE

'Que se mueran los feos' (Nacho G. Velilla. España, 2010)

El cine español alivia los rigores del periodo estival a base de comedias. Y nada más, vale con repasar la famélica cartelera de cada verano. ‘Que se mueran los feos’ es el pelotazo típico de estos meses, una comedia rural que oscila entre el olor rancio del costumbrismo más atroz –véase cómo se trata al personaje interpretado por Ingrid Rubio- y rescatables picotazos de un melodrama de mayor profundidad de la esperada. En ese equilibrio se ejercita el segundo largometraje del orfebre de la gran pantalla, Nacho García Velilla, mente de la que salieron proyectos tan rentables y poco discutibles como la fundacional ‘7 vidas’ y ‘Aída’. Tras su debut con ‘Fuera de carta’, colección de chistes fuera de casilla y de tono presuntamente sofisticado, Velilla se arremanga, baja al pueblo, coge los tópicos más manidos –casi todos, una verdad- y los pone al servicio de los verdaderos adalides de la función, Javier Cámara y Carmen Machi, los dos fetiches de la factoría Velilla. El primero proporciona dignidad, coraje y hasta credibilidad a su personaje, un cuarentón con billete de ida a la soledad. Son de su propiedad los mejores momentos del largometraje, en contraposición a lo desubicada que se muestra Machi, sorprendente al tratarse de una actriz superada en su trasvase al drama al arrastrar tan profundo y completo equipaje en materia cómica.

A ‘Que se mueran los feos’ le falta la chispa necesaria para consolidarse como una comedia por encima de la media. Hay alguna magnífica idea, como ese retrato, tierno en definitiva, de la vida en el ámbito rural, y la sensibilidad con la que se cuida a Javier Cámara, pero en general escasea la imaginación y se echa de menos el uso de un registro más melodramático en aquellas ocasiones en los que la historia parece pedirlo a gritos. Todo se fía finalmente a las dotes interpretativas de Cámara, un respiro entre tanto personaje secundario de un único ángulo y una historia que transcurre relajadamente entre lo ya preestablecido ante este tipo de situaciones. A nadie ya puede sorprender la redención final de los personajes masculinos, el discurso moralizante del epílogo y el anticlímax de la última escena, confeccionado para blanquear una producción en la que, si lo que se quiere contar se mueve entre la realidad y la ficción, debería haber primado, en cualquiera de los dos casos, la negrura.

miércoles, 7 de julio de 2010

'RABIA'. Mordedura superficial


CRÍTICA DE CINE

'Rabia' (Sebastián Cordero, 2010. España)

El Festival de Cine de Málaga deja caer en cada edición una o dos películas a rescatar. En la última edición ha impulsado la carrera comercial de ‘Rabia’ mediante la concesión del principal galardón, de irregular fiabilidad analizando el historial del palmarés, con premios recientes a ‘Los aires difíciles’ (2006), ‘Bajo las estrellas’ (2007) o ‘Tres días’ (2008), salvando a la mordaz ‘La vergüenza’ (2009). Siguiendo estas estelas, el nuevo largometraje del cineasta ecuatoriano Sebastián Cordero, arropado por un Guillermo del Toro en labores de producción, se define como un explosivo cóctel de géneros agarrado por un punto de partida como mínimo inquietante. Un amor incipiente es lo único que da estabilidad a un inmigrante peruano golpeado desde los cuatro ángulos del cuadrilátero. En el inicio, Cordero salpica de crítica social –pespuntes de ese racismo subterráneo que habita en la conciencia del ciudadano medio- la andadura del protagonista, aunque pronto dejará de lado la salida melodramática, la densidad psicológica y la incorrección moral en beneficio de un ‘thriller’ hecho para provocar angustia e inquietud en el espectador. Tras un arranque prometedor, ‘Rabia’ adelgaza vertiginosamente y se le ven los agujeros, ensanchados por la debilidad de un guión que aplana y hace verbalizar en exceso a los personajes y una ambiciosa cámara que se pone por encima de las necesidades argumentales.

En ese viaje de un exterior irrespirable a la atmósfera degradada de la mansión en la que se concentra toda la tensión del segundo tramo, ‘Rabia’ conecta con filmes de tono igualmente claustrofóbico aunque más ajustados a códigos genéricos como ‘El habitante incierto’ (Guillem Morales, 2005). Ahí falla el debut de Cordero, en la ausencia de intriga que genera una vez se encierra en el caserón. Progresivamente se hincha de preguntas sin respuesta y asiste en paralelo al desfile de una cadena de personajes secundarios apenas dibujados en ocasiones y en otras innecesarios. A falta de clímax en el epílogo, sustituido por un largo plano secuencia con el que el director deja una imponente huella visual, ‘Rabia’ revela por el lado positivo la poderosísima escena de la fumigación y un sólido elenco resumido en las interpretaciones de Concha Velasco como matriarca con heridas sin cicatrizar y del protagonista, un Gustavo Sánchez Parra carne de futuros galardones.