miércoles, 29 de abril de 2009

DECISIÓN

- Vamos a ponernos en marcha y no vamos a parar hasta que lleguemos allí.
- ¿A dónde vamos, tío?
- No lo sé, pero vamos a ir.

('En la camino', Jack Kerouac)

martes, 14 de abril de 2009

'SI UN ÁRBOL CAE'. Isabel Núñez



CRÍTICA LITERARIA

Obra: 'Si un árbol cae'
Autora: Isabel Núñez
Editorial: Alba
Género: Ensayo literario
Páginas: 365
Año: 2009


LA OTRA TRINCHERA

Acerca del papel de los intelectuales en tiempos de guerra se han derramado toneladas de tinta. La lógica dentro de la irracionalidad que implica un conflicto bélico explica que deberían ser los primeros en dar las señales de alarma, poner sobre aviso y denunciar toda conducta guiada por la violencia. Sobrevuelan todavía los versos del ‘Poema de Beirut' de Mahmud Darwish, "necesaria es la poesía en tiempos de paz, pero más necesaria aún es en tiempos de guerra". Las dos guerras de los Balcanes permitieron poner a estudio la influencia de los intelectuales en la construcción y devenir de un conflicto, con una literatura nacional partida en pedazos y otros autores de talla internacional defendiendo posturas desde trincheras separadas.

Tras un lustro de investigación, lecturas y viajes de ida y vuelta, Isabel Núñez aborda la cuestión en ‘Si un árbol cae' (Alba, 2009), una colección de entrevistas a una larga veintena de autores balcánicos de primer nivel. El balance que se extrae en esa investigación planteada desde un ángulo inédito es profundamente desolador. "Puede que ésta haya sido la única guerra de la historia planeada y dirigida por escritores", sostiene el autor de origen montenegrino Marko Vesovic en referencia, entre otras anotaciones, a la relación que mantenían con la literatura representantes de la política, con Slobodan Milosevic a la cabeza, al igual que su mujer, Mira Markovic, y su mano derecha, Radovan Karadzic, poeta de saldo encumbrado a falta de una crítica especializada de rigor y libre de ataduras.

Isabel Núñez ya había dado pistas de su predilección y conocimiento de los Balcanes al traducir al español una obra imprescindible y dolorosamente veraz como ‘No matarían ni una mosca', de Slavenka Drakulic. La croata, señalada por los medios de su país como una de las cinco ‘brujas del río' por no apoyar las tesis gubernamentales, proporciona alguno de los mejores entrecomillados de ‘Si un árbol cae'. Ejemplifica el valor del escritor que no se rinde y que asume que lo peor de una guerra puede venir después, cuando los focos de la opinión pública internacional ya han dejado de alumbrar a la zona y aflora el victimismo y la negación de la memoria. Drakulic defiende la opinión de que la guerra de los Balcanes fue fruto de la tergiversación y manipulación de la historia y los mitos. Otra escritora croata le replica al decir que exagera al describir los efectos de la contienda en Zagreb. De esta forma, los entrevistados entran en relación, cruzan opiniones, se matizan, apoyan teorías y debilitan otras desde la distancia. En otra decisión bien aprovechada, el libro respira de la avalancha de datos y reflexiones gracias al testimonio del ‘yo' viajero de la autora. Postales descriptivas de trazo rápido y literario, casi instantáneas de segundos, con los que dibuja su paso por las principales ciudades de la ex Yugoslavia, Belgrado, Zagreb, Ljujblana, Pristina y Sarajevo.

Núñez se revela como una entrevistadora idónea, que sabe escuchar, se guarda las preguntas más incisivas para el final y deja que el protagonismo caiga al otro lado de la mesa. Así destapa el perfil de los protagonistas del libro, un conglomerado de voces plurales, cada una dotada de su propia individualidad. Unos vivieron el conflicto desde las mismísimas entrañas. La ensayista croata Grozdana Cvitan empuñó un arma, Marko Vesovic escribía en un intento de aliviar el sufrimiento de la población del Sarajevo asediado y el albano-kosovar Shkelzen Maliqi tuvo que desplazar en Pristina sus inquietudes literarias del ámbito institucional al ‘underground'. Otros reflexionan desde el exilio. El testimonio de Aleksandar Hemon, sarajeviano afincado en Chicago, pulsa otra de las claves cuando describe el estado de desesperanza, cansancio y derrotismo que percibe tras lo sucedido en Bosnia. Todos con algo que decir (sobrecogedora la conversación entre dos niños extraída de una obra del bosnio Ozman Kezbo: "¿Tú con quien vas? ¿En la guerra o en el fútbol?") y que en conjunto aportan su propia visión del conflicto, sin que exista unanimidad en las conclusiones.

Mayoritaria es la opinión que concede una importancia fundamental al discurso nacionalista de Milosevic, apoyado por una élite intelectual y fundado sobre la recuperación de mitos del pasado y la construcción de un enemigo, el ‘otro'. Otras voces hacen referencia a cuestiones territoriales, a la complicidad silenciosa de la población civil y a teorías de raíz antropológica como el enfrentamiento entre la modernidad cosmopolita urbana y la tradición patriarcal del medio rural. La historia es otro factor aludido con reiteración, la falta de conexión que hubo por parte de un presente empeñado en olvidar lo que pasó en la Segunda Mundial.

Caso aparte merece la aportación de Miroslav Toholj, ex ministro de Información de la República Serbia de Bosnia, escritor y editor, único testimonio de los denominados ‘meanies', aquellos creadores implicados en el discurso del odio. Todo un indicativo sociológico que sólo un individuo de este sector respondiera a las peticiones de Isabel Núñez, enfrentada a una entrevista de las que duelen, cara a cara frente a un editor capaz de declarar que la última obra de Karadzic le parecía "un nuevo ‘Ulises' de James Joyce". El poder en manos de otro político que ocupó puestos de relevancia durante las guerras de los Balcanes, un hombre oscuro y adherido a la maquinaria bélica más sangrienta que se dedicaba y apreciaba a la literatura, un dato que devuelve al inicio, la reafirmación a la sentencia de Vesovic que envuelve al conjunto de la obra.

Hay ausencias que se hacen notar, como la del albanés Ismaíl Kadaré, intelectual implicado al máximo en la cuestión kosovar, con obras como ‘Tres cantos fúnebres de Kosovo' y ‘Diario de Kosovo', armadas de una prosa volcánica e incontenible y que puede que deje algo exiguo el capítulo dedicado a esta zona, que se niega a abandonar la actualidad. No lo suficiente, en todo caso, como para desequilibrar el tonelaje de reflexiones de peso esgrimidas por el resto de entrevistados, hábilmente hiladas por Núñez.

A medio camino entre el ensayo sociológico y el reportaje periodístico enraizado con la literatura, la autora toca otros aspectos como el papel jugado por el feminismo de la región a lo largo del siglo XX, el irracional vuelco que se dio del comunismo de Tito a un nacionalismo recalcitrante -un paso que se revela de distancia insignificante-, el daño que la guerra ha producido a la generación que hoy tiene entre 28 y 40 años, aquellos jóvenes de los 90, y la implicación de Europa y Estados Unidos en el conflicto, con juicios tan demoledores como el del poeta esloveno Ales Beljebak: "Si esta guerra no hubiera implicado a musulmanes, Europa hubiera evitado el genocidio".

Tiene un valor añadido ‘Si un árbol cae', un último regalo. Alumbra a una fiable representación de la literatura balcánica, poco traducida y menos leída y que no dejó de producir, al contrario, en sus tiempos más sombríos. Rescata y pone al lector tras la pista de autores cuyas carreras merecen un pormenorizado escrutinio. Valgan los ejemplos de los ya citados Hemon, Drakulic y de Dubravka Ugresic. Aunque, en todos los casos, la lectura seguirá sin despejar los verdaderos motivos que llevaron al desastre a los Balcanes, esa zona de la que Winston Churchill expuso en su momento que producía más historia de la que podía consumir.

(Publicado en www.lacallemayor.net/dyn/cultura/libros/criticas-de-libros/)

jueves, 9 de abril de 2009

'ROS RIBAS, FOTÓGRAFO DE ESCENA'. El ojo de la platea


EXPOSICIÓN
'Ros Ribas, fotógrafo de escena'
Sede: Teatro Valle-Inclán (Madrid)

Está ahí, agazapado en una esquina. En silencio, guardando la compostura que impone el exigente ritual de la puesta en escena. Sabe elegir el instante preciso en el que hacer sonar el ‘clic', como el cazador que aguarda con paciencia a que su presa incurra en un error. Es Ros Ribas, el ojo que se mueve sigiloso en la platea, imbuido en la oscuridad que comparte con el público. Es un espectador diferente, un elemento más dentro de la puesta en escena. Suyas son las 500 fotografías de la exposición que acaba de inaugurar en el Teatro Valle-Inclán de Madrid con el apoyo del Centro Dramático Nacional. Ribas ha sacado del viejo baúl una selecta representación de sus mejores instantáneas escénicas, un recorrido que marcha en paralelo al del teatro español de las últimas tres décadas. La memoria que permanece cuando el telón se desploma.

Hay unanimidad alrededor de la figura de Ros Ribas. Gerardo Vera explica que "no retrata, sino que se sumerge en lo más profundo, descubre, ilumina, desvela, lleva en la sangre el ritmo de la escena, crea espacios poéticos". El francés Patrice Chéreau le califica como "el único fotógrafo que conozco, hoy, que sabe fotografiar el teatro". Pulsa así con una de las claves. Las imágenes de Ribas respiran autenticidad por un hecho: sabe lo que está fotografiando. Esa naturalidad se transmite a todo aquel que las contempla. "Ros Ribas explica como nadie lo había hecho hasta ahora la historia del teatro en España", zanja Calixto Bieito.

Hay que subir a la segunda planta del Teatro Valle-Inclán para acceder a ‘Ros Ribas, fotógrafo de escena'. La luz escasea en el recorrido planteado por los comisarios, labor compartida por Ribas y Aurora Rosales. La sala está sumida en una inquietante oscuridad. El orden de las fotografías se salta todo patrón cronológico. Mandan los dramaturgos. Los primeros pasos se dan acompañados del sordo retumbar de los clásicos griegos, con Esquilo, Sófocles y Eurípides a la cabeza. La colección se muestra agrupada por autores, la mayoría encasillados bajo la capucha de ‘clásicos'. Desde aquellos lejanos espectáculos, todavía en blanco y negro, que datan de 1976, hasta la última producción del CDN, ‘Platonov', que apenas lleva unas semanas en cartelera. La cámara de Ribas ha sido testigo del desarrollo del teatro en país y de la evolución de intérpretes como Lluís Homar, Eduard Fernández y Francesc Orella. Crecían, mejoraban, probaban en la dirección y cambiaban de aspecto físico mientras la cámara seguía en el mismo lugar, dando testimonio de la magia que se producía en el escenario.

La exposición permite comprobar las variantes estéticas utilizadas por directores de escena de primer nivel. Las diferencias entre Àlex Rigola y Adolfo Marsillach saltan a la vista. Otra curiosidad reside en la posibilidad de comparar el mismo texto a través de dos montajes diferentes, cada uno con el sello personal de la dirección correspondiente. Las fotografías de Ribas valen para definir las señas de identidad del teatro practicado por directores de primer nivel como Lluís Pasqual, Patrice Chéreau, José Luis Gómez, Calixto Bieito y Mario Gas. Todos están ahí, registrados por ese ojo de la platea que no necesita exhibir musculatura técnica ni inteligencia artística natural para conectar con el espectador.

‘Ros Ribas, fotógrafo de escena' estará en el Teatro Valle-Inclán de Madrid (Plaza de Lavapiés s/n) hasta el 31 de mayo. El horario de visita es de martes a sábado (11.00 a 14.00 y 17.00 a 20.00 horas) y domingo (11.00 a 14.00 y 17.00 a 19.00).

lunes, 6 de abril de 2009

'LA CENA DE LOS GENERALES'. Fogones a filas




'La cena de los generales'

Autor: José Luis Alonso de Santos
Dirección: Miguel Narros
Producción: Producciones Faraute
Escenario: Teatro Buero Vallejo (Guadalajara). 25 de marzo de 2009


Hay temas que a estas alturas llegan un tanto baqueteados a los escenarios por su reiteración y acumulación en escasos márgenes temporales. El escritor Isaac Rosa tituló de forma sintomática y con pellizcos de ironía su penúltimo libro ‘¡Otra maldita novela sobre la Guerra Civil!’. El texto del sevillano apelaba a un doble juego. A la vez que abordaba asuntos de la contienda desde una retórica oficial e histórica y socialmente casi aceptada, una segunda voz se encargaba de cuestionarlos, provocando un efecto de lectura poderosísimo. No es la misión de ‘La cena de los generales’ poner al espectador en ese estado de indefinición e incertidumbre ni dejarlo en el punto exacto que le permita lanzarse de golpe a la reflexión tras mirar al retrovisor. Al contrario, marcha por otra senda más estrecha, alejada de toda disquisición política que afecte a la memoria histórica y bien pegada al asfalto del realismo social en el que con tanta solvencia se maneja José Luis Alonso de Santos, al borde de la anécdota cotidiana.

Autor de largo recorrido y notablemente dotado para la construcción de piezas compactas, a Alonso de Santos le ha costado más de lo esperado estrenar ‘La cena de los generales’, un texto riquísimo para los teóricos al apuntar la mayor parte de singularidades que han venido caracterizando a su producción dramática, una de las más destacadas del teatro de la Transición. Cuando ha conseguido sacar adelante el proyecto no se ha escatimado en detalles, como ha quedado demostrado en esta lujosa megaproducción de colosal escenografía y kilométrico reparto. Alonso de Santos vuelve a los fogones, como en ‘Nuestra cocina’, y los pone nuevamente en un contexto de posguerra, con un país partido en dos pedazos. Los fogones del Hotel Palace son el reflejo a pequeña escala de un conflicto que, una vez terminado, ha agudizado las diferencias entre los bandos contendientes. El país, como los fogones, sigue encendido. Una vez más, la demostración de que lo peor de la guerra viene después.

Franco ha decidido agasajar con una cena de etiqueta a sus generales. Existe un problema, los cocineros permanecen encarcelados. Son republicanos. A contrarreloj, se decide sacarlos del presidio por una noche. Así regresan a su lugar de trabajo, donde se reencuentran con los camareros, del lado franquista. El vestuario ya indica un posicionamiento, blanco impoluto los cocineros y negro mortuorio los camareros. La caricaturización de alguno de los personajes del bando nacional, incluida la grotesca aparición del líder, apunta igualmente hacia esa lectura. Todo dentro de un planteamiento sencillo en cuya línea medular se coloca el maître del Hotel, interpretado por un Sancho Gracia situado casi permanentemente a espaldas de la platea. Da vida al personaje más descontextualizado del conjunto, adornado de sensatez y que a base de diplomacia tratará de sacar adelante el trabajo encomendado. A diferencia de los restantes, con perfiles poco explotados, un rol de mayor complejidad al que, sin embargo, no se le saca todo el potencial. Del maître se sabe poco al empezar y menos al terminar. Despierta poco interés. Queda reducido a una presencia fantasmagórica y casi angelical que se mueve con una sonrisa permanente entre la irracionalidad de imágenes tan impactantes como la compuesta por la cena en mesas separadas de camareros y cocineros, reflejo de las dos Españas tan aludidas en la retórica oficial. Dos planos estáticos, llamarada simbólica, que contrastan con el movimiento continuo que agita al montaje debido a la quincena de intérpretes que pisan las tablas, coreografías algo caóticas y poco mimetizadas en muchas ocasiones. Falta de ajuste desde la dirección de Miguel Narros, previsible y respetuosa con la teatralidad que ya flotaba en el texto, nada especial que la rescate del limbo de la sencillez, pulcritud y contada implicación en el que reposa el espíritu de este montaje. Otro más sobre la Guerra Civil, según el planteamiento literario de Isaac Rosa.

Argumentalmente, ‘La cena de los generales’ puede considerarse una obra dúctil en todas sus capas de lectura, con una alegría difícil de explicar por parte de los cocineros republicanos, a fin de cuentas con una vida destrozada y un porvenir inexistente. Recuerda a la mostrada por las reclusas de ‘Las 13 Rosas’ de Emilio Martínez-Lázaro en ciertas escenas –la persecución roedora del filme podría intercambiarse aquí por el recital zarzuelero-. Las esquinas trágicas de esta historia, que los presenta singularmente el personaje más ridiculizado del conjunto, el de la falangista, apenas asoman. El humor sirve como elixir para suavizar las posturas ideológicas defendidas con mayor fervor. Relaja los momentos más tensos, aislados entre la postura optimista y esperanzadora que maneja el autor, que revaloriza conceptos como la dignidad, válvula de escape emocional en los peores trances, en la onda ‘braveheartiana’ del término. Y al final se incorpora la esperanza. La responsabilidad quedará en manos del amor, nuevamente el recurso principal para que el ser humano obtenga la redención. Si todavía es posible, que la balanza cada vez está más desnivelada.

miércoles, 1 de abril de 2009

'A CIEGAS'. Blanca oscuridad

CRÍTICA DE CINE

¿Puede una película transmitir los mensajes de un libro casi filosófico? Parece difícil. ‘A ciegas’ ni siquiera lo intenta. Fernando Meirelles, el enérgico director de ‘Ciudad de Dios’ y ‘El jardinero fiel’, no ha pretendido abordar el material de José Saramago desde esa perspectiva. Antes que ir a por el fondo de la historia ha preferido quedarse en la forma, quizás para captar la esencia de la novela sin tener que hacer una exposición precisa de sus pensamientos. El resultado final tiene virtudes, puesto que se trata de una película arriesgada y adulta, pero no pedante. Equipada a la vez con algún defecto perceptible. Quien no quiera ver más allá de la simple historia fantástica e impactante, no tendrá porque hacerlo.

‘A ciegas’, tanto el libro como la película, tiene un color: el blanco. Puede que en la novela lo definiesen como un blanco lechoso, pero en el largometraje es cegador. Escenas y personajes se pierden en el blanco cada vez que Meirelles trata de hacer que el espectador empatice con sus protagonistas, que piense en qué debe sentirse al quedar cegado por la luz. Sin embargo, eso no es un obstáculo para que la oscuridad esté presente. El relato no tiene complejos a la hora de adaptar su iluminación e imagen a la cruda realidad de un documental (algo que ya pasaba en ‘El jardinero fiel’, si bien en aquella ocasión con un montaje más vivo) cada vez que quiere retratar las bajezas del ser humano. Esos son los dos niveles en los que se mueve la película. Por un lado está el blanco de la ficción, de la fantástica ceguera que ataca al mundo. Por otro, la cruda realidad, retratada como tal, en la que se manejan los protagonistas. Meirelles no permite grandes discursos a sus personajes, sólo los utiliza, tanto a ellos como a la puesta en escena, para llevar al espectador a un sentimiento de opresión, pesimismo y ¿felicidad?

Una de las mejores armas de ‘A ciegas’ reside en sus protagonistas, un plantel de actores solventes, pero sin necesidad de lucimiento personal. Mark Ruffalo, Julianne Moore, Danny Glover y Gael Garcia Bernal son las piezas fundamentales de toda la trama. Tampoco hay que olvidar a Alice Braga, quien ya colaboró con Meirelles en ‘Ciudad de Dios’ y que aquí se hace cargo de un personaje que guarda mucho más contenido en su interior del que podría parecer a primera vista. Y es ahí precisamente donde está el doble juego que propone el director. Los actores saben transmitir la compleja personalidad del carácter que les ha tocado interpretar. Desde una Julianne Moore a la que la ceguera le permite volver a sentirse útil; pasando por un Mark Ruffalo demasiado humano como para ejercer de líder idílico; hasta Gael García Bernal, un niño que descubre lo divertido que puede llegar a ser malo.

Todos ellos esconden sus pequeñas lecciones morales, pero el espectador deberá ser quien se pare a reflexionar sobre ellas o, si reúne el valor necesario, siempre puede acercarse al mundo de la literatura para que sea Saramago en persona quien ejerza de guía.

J. Pastrana