miércoles, 25 de febrero de 2009

'5 PIEZAS PARA TOMAR CAFÉ'. Cortado de amor


'5 piezas para tomar café'

Género: Danza contemporánea
Dramaturgia y adaptación: Coral Troncoso y Nicolás Rambaud
Compañía: Megaló Teatro
Escenario: Corral de Comedias (Alcalá de Henares). 21 de febrero de 2009


De momento, se desconocen las propiedades afrodisíacas del café. Sí otras de distinto efecto, básicamente relacionadas con su condición de estimulante y, en menor grado, con la gustativa y terapéutica. No vale en estos análisis científicos confundir lo primero con el factor del estímulo, reducido a cantidades inferiores en el caso del café al entrar en comparación con otras bebidas de mayor recorrido nocturno. En ‘5 piezas para tomar café’, la bebida que se sirve actúa como un flechazo ‘cupidiano’ directo al corazón. En todos los sentidos, no aplicable exclusivamente al capítulo romántico. Viene caliente y en vaso de porcelana diminuto el café que acompaña a esta propuesta de danza contemporánea, delicadeza de pequeño formato e intento similar al practicado hace unos años por la compañía vizcaína Markeliñe con ‘4 de corazones’, un montaje de semejantes pulsaciones y mayores miras.

Una cafetería de decoración minimalista opera de escenario en el que se sucede el quinteto de historias coreografiadas alrededor del amor, ese motor tantas veces gripado que impulsa el mundo. Son cinco micropiezas que totalizan una hora, de concepción sencilla y cuyo valor se somete al placer estético por encima de la relación entre la dramaturgia y las danzas. Megaló Teatro ha querido ofrecer un ramillete de perspectivas del amor, una visión multidimensional sin ánimo de ser definitiva, profundizar en exceso ni cubrir toda la superficie de posibilidades. Frentes que abre con sencillez, al servicio de coreografías montadas en pareja y en las que el tacto desarrolla un papel fundamental. El contacto, piel con piel, que incrementa la temperatura de la segunda de las piezas, la dominada por la pasión irrefrenable, sabe a café afrodisíaco de máxima calidad. Constituye una de las cimas del conjunto junto al potente arranque brindado por el flechazo, juego corporal y táctil de enorme belleza visual que deriva en una versión moderna de ‘La bella durmiente’. Menos limpias, no en cuanto a ejecución y sí en lo referente a empaque colectivo, quedan las coreografías que aproximan a ‘5 piezas para tomar café’ a un desenlace que realmente es inexistente.

El espacio escénico se desnuda para cada una de esas coreografías prácticamente mudas diseñadas por Coral Troncoso y Nicolás Rambaud, arrinconando el posible aprovechamiento de la cafetería. Producción mínima, todo queda en manos del reparto y de cómo desde el despliegue corporal, con la ayuda de una tercera protagonista, una banda sonora elegida con un olfato sensible y un oído melómano, el quinteto de bailarines se arroja a la misión de realizar una aproximación a algo tan intangible como el amor. Estimulante, aunque tramitada en una dosis –demasiado- exigua, la equivalencia a un cortado servido con mimo.

lunes, 23 de febrero de 2009

'DÍAS MEJORES'. Crisis colateral


'Días mejores'

Autor: Richard Dresser
Director: Àlex Rigola
Producción: Teatro de La Abadía
Escenario: Teatro de La Abadía (Madrid). 15 de febrero de 2009


Cada estreno de Álex Rigola conlleva una justificada dosis de expectación. El director barcelonés se encuentra cómodo en la situación, habituado a retorcer textos, exprimirlos y conducirlos a ese terreno en el que imprime su sello, una forma de asimilar la actividad teatral que le distingue de otros compañeros. Ejercicios de estilo intransferible definidos por argumentos llevados al límite y traducidos ya en el escenario como una suma de lenguajes estéticos reforzada desde la trinchera de lo expresivo. Para adornarse en esa tarea precisa de textos que contengan emociones fuertes. Materiales combustibles que precisen de una mano, la suya, que los haga estallar. El norteamericano Richard Dresser es el autor de ‘Días mejores', obra adherida a tesis antisistema, derivada de una etapa de depresión económica determinada, los 80 estadounidenses. El paralelismo con la situación que en la actualidad azota a medio mundo se codifica al instante. Todo en bandeja y dispuesto, entonces, para ser amasado por esa poderosa maquinaria manejada por Rigola, que en 2000 ya había trabajado sobre otro texto de Dresser, ‘Un golpe bajo'.

‘Días mejores' extiende ese sentimiento globalizado de desolación económica y moral sobre unos personajes perdidos que deambulan por un contexto que ya les ha superado. Una pandilla de zombis devorada por la realidad de un sistema que no les admite. La obra transcurre en el interior de una casa destartalada, aunque la verdadera revolución se vive en el exterior, rotas las normas de convivencia cuando el sistema se derrumba. Los perros se han convertido en los dueños de la calle, una de las mejores metáforas que arroja ‘Días mejores' desde esa ambientación opresiva ya descrita. Hay otras llevadas al paroxismo y no por ello menos corrosivas, como aquellas que tienen que ver con ese disparatado frenesí sexual que empieza con la masturbación compulsiva de la jovenzuela del grupo y culmina en una orgía ‘hamburguesada'. Imágenes excesivas, aunque se detecte en la dirección un ligero grado de contención no advertido en otras producciones de parecidos códigos.

Lejos de detenerse y reflexionar, los protagonistas de ‘Días mejores', representantes de una sociedad enferma, actúan sin tener en cuenta las consecuencias. Movimiento continuo desde una estética cercana a videojuegos atolondrados como ‘State of emergency'. Acelerada desde el inicio, la puesta en escena sólo se ralentiza con la inclusión de una subtrama pseudoreligiosa que termina por apropiarse en exclusiva del significado, sentido e intención del montaje. Ray, uno de esos personajes sin pasado, escucha voces. Un detalle que le convertirá en la esperanza del resto, un nuevo mesías del que el autor se vale para reflexionar sobre el alto grado de expectativas que la humanidad deposita en una fe extraterrenal para escapar psicológicamente de los peores trances.

A partir de esa toma de decisiones, Rigola maneja los resortes del texto aplicando un porcentaje casi equitativo al humor blando de tono ‘friki', una ironía apenas perceptible, una irremediable sombra trágica y el fichaje a última hora del surrealismo, esta vez con menos espacio reservado a la insolencia. El primer aspecto, en el que más hincapié se ha puesto, sale reforzado con la presencia de Tomás Pozzi, mafioso que no esconde el acento argentino y que se aplica con dedicación en la ingente tarea de reflotar el montaje desde el punto de vista humorístico. Hasta ahí, la monotonía del resto de la cuadrilla y la inexpresividad de sus sentimientos -las necesidades físicas imperan sobre las emocionales- conducían la obra por el filo del aburrimiento, a falta de sembrar algo de interés por lo que pudiera sucederles en el futuro.

Las intenciones de Dresser de esbozar un retrato de una generación tan indefensa como perdida y sometida a los caprichos de un sistema sin lógica, reposan en un lugar indeterminado, en una nebulosa impuesta por la indefinición de los protagonistas. Se hace complicada la búsqueda del posible nivel de identificación entre esos personajes y los que están padeciendo en mayor grado la crisis actual. No es imprescindible calibrar esa equivalencia, pero cuando la realidad, por menos visceral que parezca, supera lo escénico, no queda más remedio que afirmar que la denuncia que sobrevuela el texto de Dresser se queda escondida en los laterales.

sábado, 21 de febrero de 2009

MEMORIA DE UN SUEÑO ROTO

REPORTAJE. DEPORTES


MEMORIA DE UN SUEÑO ROTO

Un 30 de junio de hace quince años expiró el plazo fijado para que el CB Guadalajara cumpliese los requisitos para formalizar el ascenso a la ACB. El club morado se hizo acreedor en 1993 por motivos deportivos de una plaza en la máxima categoría del baloncesto nacional. Los económicos dijeron lo contrario. Finalmente y tras una carrera contrarreloj, Guadalajara se quedó sin ascenso. La entidad inició así una travesía por el desierto de las categorías menores del baloncesto federado que se prolonga hasta la actualidad. La onomástica, tres lustros, rescata un episodio imborrable del deporte alcarreño. La memoria de un sueño roto.


“¡No se la paséis a Perry! ¡A Perry no!”. Ángel González Jareño se desgañitaba en la banda. El técnico del CB Guadalajara daba órdenes frenéticamente, consciente de la trascendencia de lo que estaba a punto de fraguarse. Imposible quedarse inmóvil. “¡A Perry no!”, bramaba, ya con la chaqueta desvanecida sobre una silla del banquillo. El Caja Bilbao presionaba a toda cancha en un intento desesperado por recortar distancias. ‘El Gordo’, José Luis Sánchez Burgués, acababa de clavar un triple fundamental desde siete metros. Un mazazo moral para los bilbaínos. La imagen pertenece al cuarto partido de la semifinal de Primera División, temporada 92/93. El ascenso a la ACB, dominada en aquel periodo por Arvydas Sabonis, pertenecía al equipo alcarreño. Le costaba, pero Jareño no perdía la compostura. La bocina final sonó y la purpurina morada estalló en La Casilla. El CB Guadalajara alcanzaba el cielo, la ACB. A Perry Carter, musculoso pívot que apenas superaba el 50 por ciento en los tiros libres, no le hicieron falta.

Hace quince años Guadalajara aspiraba a la ACB. Un convenio con el Real Madrid auspiciado por un mandatario sagaz en los despachos, Juan Manuel Hueli, posibilitó que el equipo alcarreño rozara la gloria. El CB Guadalajara armó una escuadra que todavía permanece en la memoria de los aficionados al baloncesto que resisten a la ley del puntapié. El Polideportivo San José la recuerda de forma simbólica. Un póster con la plantilla de la temporada 92/93 cuelga de una de las paredes del pabellón, escoltado por otros destellos nostálgicos, como las fotografías de un longilíneo Pau Gasol en edad júnior y otras que recuerdan la visita de la Jugoplastika de Split. De aquella histórica plantilla morada, sólo Ignacio Castellanos sigue en activo batallando en las zonas del grupo centro de la Liga EBA, la quinta categoría del baloncesto nacional. Un peldaño por encima se coloca el CB Guadalajara, amparado por la constructora Rayet. El rival derrotado aquel 13 de junio de 1993, el Caja Bilbao, dejó la sucursal bancaria y se puso en manos de una promotora inmobiliaria, Iurbentia. Hoy milita en la ACB y la próxima temporada jugará competición europea. Las travesuras del destino.

La actualidad contrasta con aquella temporada 92/93. Una ciudad volcada con el baloncesto y una plantilla que fue creyendo paulatinamente en sus posibilidades establecieron una alianza que desembocó primero en catarsis y después en decepción. La memoria de un sueño roto que quince años después no se ha podido recomponer. “Al año siguiente empezó el declive del baloncesto en Guadalajara”, sentencia Roberto Bustamante, jugador en 1992 y directivo en la actualidad. “El no ascender destruyó todas las ilusiones del aficionado”, sentencia hoy Jareño, a punto de firmar como asistente de Manel Comas en el Cajasol Sevilla de ACB.

Desde el principio, todo apuntaba a que iba a ser un año diferente. Basta un ejemplo para ilustrarlo. El CB Guadalajara disputó en pretemporada un partido con el Real Madrid. En teoría, dos equipos afines. Aspirantes contra consagrados. Un amistoso. Pura apariencia. El joven pívot local Martín Ferrer y el base madridista Antúnez fueron descalificados por agresión mutua. Perry Carter desquició al habitualmente tranquilo Ricky Brown. El Guadalajara rozó la sorpresa. Había hambre de triunfos. Bustamante pulsa sobre una de las claves: “Éramos un equipo extremadamente competitivo. Los entrenamientos eran brutales, había sangre”. Una mezcla explosiva de juventud y experiencia. “Aquel equipo fue maravilloso”, recuerda Jareño. “Todos queríamos jugar. Fuera de la cancha éramos muy buenas personas y dentro todo lo contrario. En el campo éramos un polvorín”, detalla Bustamante, que no cobró los dos últimos meses. “Y todavía no me los pagaron…”, asegura con una sonrisa.

Jareño, joven técnico procedente del Real Madrid, había sustituido a Chuchi Carreras. Con el entrenador llegaron de la capital José Manuel Silva, David Brabender –hijo de Wayne-, Ricardo Peral y Álvaro Écija, que se sumaron a Jerónimo Bucero y Nacho Castellanos. Faltaba el americano. El día que Perry Carter se asomó por los vestuarios del San José más de uno se asustó. “Era una montaña de músculos”, le recuerda Bustamante. Don Leventhal, veterano analista de la NBA, le definió tras su paso por la Universidad de Ohio como “un Karl Malone en miniatura”. Una ganga en todo caso. Una condición imprescindible, puesto que el club acumulaba una deuda de 35 millones de pesetas que todavía hoy se paga. Las consecuencias de un éxito no consumado.

El equipo, que partía con la intención de ocupar uno de los diez primeros puestos que daban acceso al play-off, inició el campeonato a un ritmo fortísimo. Seis victorias consecutivas, una racha que quebró el Montehuelva. Con Brabender a los mandos, el Guadalajara deslumbraba. Coleccionó marcadores centenarios y promocionó a valores como Ricardo Peral, un introvertido ala-pívot de apeñas 20 años al que los especialistas auguraban un futuro en la NBA. "Era todo un espectáculo. Botaba como un base, tiraba, hacía mates… Todo como si fuera lo más sencillo del mundo", señala Bustamante. Acabó liderando la primera vuelta, perseguido por el Caja Bilbao. Hueli habló entonces por vez primera del ascenso, “una meta, por utópica que sea”. La ilusión prendió en la plantilla y la afición.

La segunda vuelta arrancó con malas noticias en forma de lesiones. “Parecemos un hospital andante”, sentenció Jareño. La plantilla se resintió y llegaron derrotas dolorosas como la registrada ante el colista Alcalá. El técnico, 32 años, dio un paso al frente y aplicó una de sus máximas: “No dramatizo las derrotas al igual que no exagero las victorias”. El fichaje de Guillem Coll supuso un revulsivo y el equipo finalizó el campeonato como líder con 21 victorias y 7 derrotas de una competitiva categoría habitada por jugadores veteranos, ex ACB y extranjeros del caché de Radunovic, Shaun Vandiver y Wayne Robinson.

Tras una irregular segunda fase, el Guadalajara se cruzó con el Askatuak de Óscar Roche, ex de la casa. La eliminatoria se solventó por la vía rápida. La tensión se apoderó del siguiente cruce contra el Caja Bilbao. El Guadalajara aseguró los partidos caseros con un San José a reventar, 1.800 espectadores en las gradas. Desde Bilbao se calentó la eliminatoria. Joan Llaneza, técnico de los vascos, aseguró que Hueli era “el jugador más peligroso” por sus relaciones federativas. Un pésimo encuentro de los morados puso el 2-1. Finalmente, el 13 de junio de 1993 el CB Guadalajara materializaba el ascenso. El pospartido quedó duchado de anécdotas como los puntos de sutura que necesitó la ceja de Bustamante tras un brindis etílico y el relato de cómo Brabender desestabilizó al base rival. “Le decía que tirara, que no metía ni una”, rememora Hueli, ya totalmente desvinculado del baloncesto y que en la actualidad ocupa un cargo de importancia en el Consejo Superior de Deportes. Quinientos kilómetros de norte a centro, la capital alcarreña estallaba de alegría. Como todo lo bueno, duró poco.

La ACB lo puso difícil desde el primer momento. Fijó un plazo, el 30 de junio, para que el club cumpliese unas condiciones leoninas. Inaccesibles la mayoría, como el pago de un canon de 400 millones más IVA. Las reuniones se fueron sucediendo con la misma rapidez con que el pesimismo iba embargando a los más optimistas. “Fue lo peor, una frustración enorme”, aporta Jareño. Hueli lo vivió desde el despacho: “Hicimos lo que pudimos, que se sepa. Lo que nos pedían era una burrada, un impuesto revolucionario”. El otro ascendido en la cancha, el Cornellà –ganó al Guadalajara en una intranscendente final mutilada por las ausencias-, tampoco pudo franquear la barrera económica.

A esta situación de desconcierto se sumó el anuncio de la marcha de Hueli al Salamanca tras 19 años al frente del Guadalajara. “Fue una desilusión, por eso me marché”. El club quedó descabezado y a la deriva, rescatado por una comisión gestora. El 30 de junio expiró el plazo de la Federación. El sueño se desvaneció y el Guadalajara renovó presencia en la Primera Nacional, con una plantilla totalmente remozada. El inicio de una caída en picado que aún dura. En eso coinciden los implicados. Hoy todo aquello no es más que un recuerdo, “una de las cosas más bonitas que me han pasado en la vida”, dice Jareño. “Quisimos vivir por encima de lo que podíamos, un error”, se autoinculpa Hueli, una figura que todavía suscita en la actualidad opiniones contradictorias en los foros de debate del deporte alcarreño. La historia defiende su gestión. Cogió al equipo en Tercera a principios de los 70 y lo aupó hasta acariciar la ACB. El presente le recuerda desde un prisma diferente. El CB Guadalajara aún paga los excesos económicos que permitieron disfrutar de jugadores como el mastodóntico Thachenko, el carismático Leonard Allen o los internacionales Ismael Santos y José Lasa, y de temporadas como la añorada 92/93, condenada a perpetuidad a ser reconocida como la del ascenso frustrado.

Los jugadores hicieron caso a Jareño aquella noche del 13 de junio de 1993 en La Casilla. A Carter no le pasaron el balón y José Luis Sánchez Burgués anotó un triple descomunal de siete metros. Obedecieron, aunque desconocían que hubiera dado igual incumplir las órdenes. El sueño, lamentablemente, ya estaba roto.

viernes, 20 de febrero de 2009

'SABIOND@S'. Acné y arroba


'Sabiond@s'

Autor: Molière
Dirección: Jesús Salgado
Compañía: Teatro del Duende
Escenario: Teatro La Galera (Alcalá de Henares). 8 de febrero de 2009


La rumorología de los círculos literarios gana tamaño a lo ancho para ser adoptada por el reinado de los géneros. Desde Francia aumentan de decibelios las voces que desautorizan a Molière, intocable en otros tiempos. Diferentes estudios comparativos le acusan de no ser el autor de las obras más destacadas de su repertorio. Teniendo en cuenta, aunque sea mínimamente, estas sospechas, de las que no se ha librado ni Shakespeare, el análisis de ‘Las mujeres sabias', dejando un lado el aroma misógino que la perfuma, sería un monumento a la hipocresía.

En este texto, llevado a escena desde la juventud por la compañía madrileña Teatro del Duende bajo la traducción de ‘Sabiond@s' -incluida esa arroba como ineficaz crema suavizante-, Molière carga las tintas y la frustración social que envenenaba sus pensamientos contra los integrantes de esa opereta denominada vida literaria, aquellos escritores de vida alegre más empeñados en presumir ante los compañeros y seducir a las incautas que en desarrollar el instinto creativo. Una crítica directa y nada sutil hacia esa pedantería ilustrada, resuelta desde un ángulo unidimensional y moralizante con sentencias que escuchadas hoy resultan anacrónicas. Un rechazo a la acumulación de conocimientos que se hace criticable llegado el desenlace, cuando los dardos apuntaban de antemano a todos esos artistas -y críticos- que adoran presumir de musculatura cultural.

Teatro del Duende se ha acercado a esta obra de Molière desde el respeto reverencial. Lo demuestra la lógica que impera dentro de la secuencialidad de las escenas, unas interpretaciones adaptadas a los rasgos costumbristas de los personajes y una dirección que va a lo seguro. El planteamiento pasa por una recreación fiel del contexto, la Francia palaciega del siglo XVII. La iluminación cubre por completo las reducidas dimensiones del escenario de La Galera y el vestuario ya define una época, por delante del ámbito dialéctico. La obra se configura así desde el equilibrio, con interpretaciones ajustadas a la estética de la exageración, la lectura que precisa lo que no deja de ser una pataleta característica del artista rechazado por las altas esferas de la cultura.

Tampoco daba para alardes el sencillo argumento de esta obra, el modo en el que la hipocresía y los aires de grandeza de tres mujeres se interpone entre dos enamorados sin otras aspiraciones que disfrutar de los placeres de la vida, aunque sí se le puede achacar a la puesta en escena una frialdad impropia de los arrebatos juveniles y que no suele ser el sello de las adaptaciones de Molière. El kilométrico reparto cumple con lo exigido. El rodaje de la función, todavía en periodo inicial, irá incrementando el nivel de ese apartado, en el que la balanza queda del lado de las actrices femeninas, roles mejor perfilados y peor parados socialmente -aunque la arroba trate de dulcificarlo- desde la pluma del irreverente autor francés, que los masculinos.

Esa falta de empuje deja a ‘Sabiond@s' en un lugar incomunicado, entre la comicidad, la crítica social y la ironía. Con este montaje estéticamente apreciable y trabajado con esfuerzo del primer al último minuto, Teatro del Duende se adentra en el universo tan explorado del dramaturgo francés, lamentando esa falta de identidad que lo pudiera distinguir de otros productos que, de peor calidad, sí han dado un paso al frente en conceptos tan determinantes en los clásicos como la imaginación. Como la que siguen manifestando, al menos hasta que lo demuestren por completo, por aquellos que cuatro siglos después siguen dudando del genio creador del autor francés.

martes, 10 de febrero de 2009

'EL GORDO Y EL FLACO'. Medida al peso


'El Gordo y el Flaco'

Autor: Juan Mayorga
Dirección: Carlos Marchena
Reparto: Victor Duplá y Luis Moreno
Escenario: Corral de Comedias. 7 de febrero de 2009


Hay que dejar a un lado a Laurel y Hardy. ‘El Gordo y el Flaco’ acelera hasta sobrepasar la intensa biografía a pares escrita por dos cómicos hoy instalados en el Olimpo del género. El texto de Juan Mayorga prefiere otros derroteros antes que el deleite melancólico. Las figuras opuestas de Laurel y Hardy valen para desencadenar un temporal de guiños cinematográficos en blanco y negro y de afilado instinto teatral. La distinción la otorga la segunda línea de lectura, la realmente genuina y que deja atrás el espíritu básico de la comedia. La da la conjunción que une a ambos personajes. La ‘y’ que les enlaza, fuente de la discordia. Otra demostración de que uno más uno a veces no suma uno, la vida en pareja como anulación de la individualidad.

Mayorga escribió ‘El Gordo y el Flaco’ hace ocho años, cuando los focos del gran público no le habían alumbrado. El reconocimiento vendría más tarde. El autor madrileño pone al descubierto la miseria profesional a la que se han visto abocados dos artistas venidos a menos. Gajes del oficio, las taras físicas que les dieron la popularidad se han evaporado. Como las llamadas telefónicas que les requieren para nuevos proyectos. El gordo ya no luce figura oronda y camufla la ausencia de kilos con una tripa simulada. El flaco se ha dejado llevar por la seducción de las calorías, al estilo de esos futbolistas ya de retirada que en unos meses crecen desproporcionadamente a lo ancho. Recluidos en una habitación de un hotel que hospeda a otros jubilados fílmicos de relumbrón, aguardan a que el reconocimiento vuelva a llamar a la puerta. Tiempos mejores, mientras esconden los recuerdos debajo del único mobiliario de la estancia, la cama. Una asfixiante atmósfera ‘godotiana’, con dos personajes sumidos en una tensa espera, que estallará por el flanco más débil, el único capaz de cuestionar el rumbo de una vida apresada por la rutina y abocada irremediablemente a alimentarse de la nostalgia.

‘El Gordo y el Flaco’ enmascara la amargura de esa relación de pareja rota -inteligentemente no precisa nada más- con un fino humor potenciado desde la dirección. Es un texto que exigía un plus de la interpretación, una conexión que sacara a la luz el potencial de una figura tan frágil como la del cómico que llora en la intimidad. Víctor Duplá y Luis Moreno llevan lo escrito a otra dimensión. Ya en el inicio exhiben un arsenal de humor gestual y de técnica clown para ser guardado en la memoria. El estallido del conflicto se fiará a Moreno, que garantiza risas y tristeza, todo contradicción. Entre un despliegue interpretativo de tal nivel, Mayorga pone sobre el tapete sus habituales juegos narrativos, introduciendo teorías heredadas por formación –en este caso matemáticas- que, al contrario que en otras ocasiones –el acertijo filosófico de ‘La paz perpetua’-, no desvían la atención. No se advierten tampoco licencias gratuitas de cara al espectador potencial. Todo se mueve bajo los mismos parámetros, una maquinaria precisa con el deseo de seducir desde la amargura de una pareja en descomposición y dibujar una sonrisa con la coreografía cómica aportada por el reparto. En dura pugna, la densidad invisible del argumento acaba por ganar la partida al apartado visual.

Entre los protagonistas se establece un endiablado duelo dialéctico y gestual deliciosamente sutil en el que Mayorga deja su impronta. Las personalidades quedan definidas desde el detalle y la oposición. A la inversa de la realidad, el gordo aparece como el miembro que domina la relación, con una personalidad dictatorial e inmovilista. La debilidad la pone el flaco, de cuya evolución y de la credibilidad que le proporcione el actor depende en buena medida el éxito del planteamiento de la función. Como esa relación a la baja aparece perfectamente graduada, salvando algún desliz que enturbia el epílogo como ese recorrido chulesco por un pasillo al descubierto, el resultado no deja de ser óptimo. Una obra elegante, con guiños por descubrir y rebosante de realidad, medida al peso exacto.