martes, 27 de enero de 2009

'MEJORCITA DE LO MÍO'. Pesimistas al pasillo


'Mejorcita de lo mío'

Autor: Pilar Gómez y Fernando Soto
Reparto: Pilar Gómez
Compañía: La Escapista Teatro
Escenario: Corral de Comedias (Alcalá de Henares). 24 de enero de 2009


Entre el pesar de una realidad asfixiante y la negrura del futuro desesperanzador voceado desde tribunas mediáticas y económicas, resiste un agujero por el que pasa aire no contaminado y suena una almibarada melodía relajante. Lo ha abierto ‘Mejorcita de lo mío’, espectáculo acunado por el término ‘revelación’ allí donde se ha representado, un mapa que ya colorea la mayor parte del país. Admitidos los antecedentes, la manifiestamente arrebatadora fórmula de la compañía La Escapista funciona bajo el uso de unos ingredientes tocados por la varita de la sencillez: actriz enérgica de registros ilimitados da voz y vida a un texto disperso que acelera a base de humor de efecto calculado y se ralentiza con la activación de profundas disquisiciones poéticas. La mecha la enciende uno de los interrogantes irresolubles de la naturaleza, aquel que apela a la propia esencia del ser humano, sometido artísticamente a todo tipo de tratamientos: ¿Quiénes somos realmente?

A la búsqueda de una respuesta convincente se arroja Pilar Gómez en este soliloquio que hace del ‘buenrollismo’ el arma más efectiva. Un porcentaje elevado del éxito de productos de estas características, valga cualquier tipología, se atribuye al trabajo del actor. En ese caso, Gómez sale bien parada en este agotador ‘tour de force’ antidepresivo de estética ‘hippie’ setentera que trata de demostrar que una sonrisa es capaz de tapar la peor de las desgracias a las que puede someter la vida real. Un mensaje sensiblero que lleva a la inquietud (“aunque la vida me trate mal nunca levantaré un falso testimonio contra la vida”) al dejar fuera de sitio a las almas atormentadas, a aquellos perdedores de espíritu que todavía no están radicalizados y ven lejana la rendición, en una definición apropiada del escritor Javier Cercás.

El mayor reproche, y a la vez puede que el mejor elogio, que se hace a ‘Mejorcita de lo mío’ es su capacidad de quitar trascendencia a todo lo que debería tenerla, sin ofrecer motivos para que así sea. La maratón interpretativa de Pilar Gómez, apabullante excepto cuando tira de la estética de la exageración rompiendo así el supuesto código realista y poético de la función, se pone muy encima de todo lo que expresa, supera a un texto de corto alcance y demasiado disperso en escenas que plantean continuos cambios genéricos y en las que no se percibe conexión.

El conjunto dibuja un perfil irregular, una alternancia de situaciones que van desde lo emocionante a lo anecdótico. Un caso singular es la conversación mantenida en un bar por la protagonista con un hombre situado fuera de plano. Ante el jolgorio generalizado se desarrolla un diálogo a dos bandas de contenido íntimo que acabará a voces. Representativo, del encanto a la incomodidad. A veces la incesante búsqueda de la risa, aunque nazca de la improvisación y se escude en un intérprete de oficio, no justifica decisiones de ese tipo, pese a que tanto el monólogo como el soliloquio ya despierten de antemano en el espectador esa predisposición positiva tan propia de la comedia. Una actitud indiferente a la posibilidad de escuchar dolorosas verdades como puños.

Cuando la poética se adueña de la función, ‘Mejorcita de lo mío’, atada a una vibrante interpretación que da todo y más, sube ligeramente su cotización. Son contados esos trallazos de desgarro, ocultos entre una sólida capa de felicidad de acceso prohibido a los pesimistas. En todo caso, buen rollo el que regala a lo largo de poco más de una hora un montaje hecho para iluminar sonrisas en territorios ya conquistados, un matiz, lo último, importante.

sábado, 24 de enero de 2009

'CARTAS DE AMOR A STALIN'. La fragilidad del artista


'Cartas de amor a Stalin'

Autor: Juan Mayorga
Dirección: Helena Pimenta
Compañía: Ur Teatro
Escenario: Teatro Pradillo (Madrid). 21 de enero de 2009


El valor de ‘Cartas de amor a Stalin’ una década después de su estreno se mantiene intacto. El texto, que no ha perdido vigencia, detalla la complejidad de las relaciones entre el artista y el poder, una cooperación que ambos estamentos detestan y al mismo tiempo precisan para subsistir en las mejores condiciones. Ur Teatro, compañía afín a los planteamientos éticos de Juan Mayorga, se ha adjudicado la misión de poner en escena de la forma más ligera posible un texto machacón y denso que puede llegar a avasallar por su manifiesta complejidad. Un teatro de tesis, muy diferente del que suele proceder de la nueva dramaturgia española y que privilegia la palabra sobre otros asuntos de identidad estética.

La quebradiza moral del artista en relación al proceso creativo y al entramado emocional que le rodea figura en primera línea de las cuestiones abordadas por este drama, salpicado de reminiscencias históricas que logran trascender y saltar al plano de la actualidad. Cegado por la censura, Mijail Bulgákov, escritor de éxito en la Rusia incipiente del siglo XX, decide escribir una carta a la instancia suprema para resolver una situación que le atormenta. Una enigmática llamada telefónica interrumpida en el instante decisivo detonará sus expectativas. La esperanza inicial de recobrar la estabilidad va dejando paso a la disconformidad, la queja, el desengaño y finalmente la locura, un proceso de descomposición que se asemeja al vivido a gran escala por la sociedad rusa durante el estalinismo.

El artista se sitúa en medio de dos corrientes, la sentimental y la profesional, que tratan de arrastrarlo al lugar que más les conviene. No será un mero títere, puesto que de la resistencia inicial a los métodos represivos pasará al coqueteo y la necesidad del halago por parte del poder. El orgullo y la vanidad del artista quedan al descubierto, en paralelo a la ‘sabiniana’ caza del texto perfecto, la utopía de todo autor. La dicotomía se observa tras quedar relegado a los márgenes el plano sentimental representado por la mujer del artista, la única que se empeña en rescatar de las tinieblas la torturada conciencia del creador. El vértice más débil del triángulo que compone ‘Cartas de amor a Stalin’, el amor, el único visto con sinceridad y a salvo de la sinrazón.

El estatismo del texto, alineado entre las continuas reiteraciones de un mismo mensaje y las largas parrafadas expuestas por la lectura de las cartas que el dramaturgo remite a Stalin, no deja lugar a la incertidumbre. El gran objetivo de Ur Teatro pasaba por minimizar esa trascendencia y apoyarla sobre una puesta en escena más móvil, que restara solemnidad a un tema que la derrocha a raudales. Como ya sucediera con ‘El chico de la última fila’, la imaginación de Helena Pimenta salva el inconveniente de una obra de ideas huracanadas. ‘Cartas de amor a Stalin’ gana en ese terreno con la aparición del personaje del dictador ruso. La escenografía, sencilla y a base de elementos de época, se quita los corsés y el espacio se ensancha. La construcción hecha por Ramón Barea, rígida y cercana al estereotipo de un mandamás todopoderoso en un principio y satírica, casi bufonesca, en el desenlace, contribuye a multiplicar la intensidad de la función. Un personaje símbolo, el diablo en combate con el ángel, aunque no lleguen a cruzarse. Un dictador humanizado desde el mal, otro ser quebradizo que necesita la cultura como coartada moral para legitimar y reforzar su soberanía, aunque haya que esculpirla en beneficio del sistema. En esa delgada línea de contrastes se maneja el creador, que pide libertad al tiempo que se vanagloria de contar con el incondicional apoyo del ser más poderoso del país.

El Bulgákov real no superó aquella tormentosa relación. Apenas pudo dejar otros destellos de calidad a añadir a una trayectoria destacable. El personaje escénico no podía ser menos, arrastrado al pozo del silencio y la indignidad, el peor de los males de un escritor. La profesión convertida en una condena. En otro detalle rescatable que respalda esta involución anímica, la luz que ilumina el despacho del dramaturgo se difumina lentamente hasta quedar sumido casi en las tinieblas, como una especie de sala de torturas.

‘Cartas de amor a Stalin’ constata que Juan Mayorga ha encontrado en Ur Teatro un vehículo idóneo para dinamizar y aligerar la densidad de sus textos, un soporte en el que apoyar el torbellino de ideas, análisis y mensajes comunes a la dramaturgia del madrileño. El trabajo de la compañía reafirma la vertiente escénica del libreto, al que añade como principal novedad la potenciación del rol de Stalin, que se mueve en un plano superior al fantasmagórico, añadiendo la tan necesaria dosis de teatralidad que requiere una obra de estas características. Otro lujo con sello propio.

miércoles, 21 de enero de 2009

'LA CARRETERA'. Cormac McCarthy




CRÍTICA LITERARIA

Obra: 'La carretera'
Autor: Cormac McCarthy
Editorial: Mondadori
Género: Narrativa. Ciencia-ficción
Año: 2007



OPERACIÓN DE DESGASTE

Cuando la todopoderosa Oprah Winfrey puso ‘La carretera' dentro del ‘Club de libros' de su programa, saltaron las alarmas entre los popes de la crítica especializada. Literatura trabajada letra a letra y situada en la parte que más luce del escaparate mediático junto a artefactos puramente industriales, al mismo nivel de best sellers que es mejor no pronunciar. No ocurrió nada relevante, al menos que se tenga constancia. Lo único, que ‘La carretera' abandonó terrenos que lindan con la marginalidad del escritor huraño e incomprendido para situarse en otra esfera, al alcance de otro lector. De paso, y lo más trascendente de este suceso, alumbró definitivamente a un novelista diferente, de esos capaces de provocar un sentimiento de orfandad al dejar de leer uno de sus libros, como es el caso.

Tras notables antecedentes como ‘Meridianos de sangre' y ‘No es país para viejos', que pusieron de relieve a base de sangre y violencia la pervivencia literaria del western, ‘La carretera' hace cumbre dentro de la trayectoria, a veces tan criticable por su irregularidad, de McCarthy. Por delante se coloca una novela corta que comprime en poco más de 200 páginas un relato asfixiante que no entiende de relajación y que se paladea desde dentro. McCarthy apura hasta el límite su particular estilo, diálogos efímeros que se clavan como estacas en el hielo y descripciones milimétricas que diseñan un cuadro a medida. Una prosa lenta e imparable, que avasalla al lector y supera los obstáculos propios de un argumento ubicado en la ciencia-ficción apocalíptica. Una exigente operación de desgaste ante la que no queda otra que rendirse, dada la brillantez de los recursos empleados, sintetizados en el modélico epílogo, de los que dejan huella.

Acude argumentalmente el escritor norteamericano a una de las pesadillas recurrentes del ciudadano medio del país, un cataclismo, probablemente de origen nuclear, que ha dejado a la atmósfera huérfana de vida. Quedan pocos supervivientes. A dos de ellos se aferra McCarthy para desencadenar los acontecimientos, un padre y su hijo de ocho años, en medio de un viaje a la nada, vagabundeando como condenados a muerte por paisajes muertos y desprovistos de algo que tenga que ver con el movimiento. El autor cubre ese vacío ambiental tan típico del western, una barrera insalvable en una primera lectura, de manera prodigiosa. Desliza con tanta suavidad como contundencia una imitación monocromática de la realidad, un escenario entre el gris, el blanco y el negro que se escucha, suena y golpea melódicamente a pesar del silencio que sale de una ambientación estática y sorda. Un lugar donde la moral no existe, con la muerte al acecho y en el que la única opción posible para los personajes es avanzar, por encima de sus necesidades internas. ‘La carretera', como ‘No es país para viejos', retoma y actualiza así las normas de conducta del género del western. Dos personajes cruzando el desierto, expectantes ante posibles ataques, héroes sin percepción de serlo rodeados de forajidos a los que no pueden poner nombre.

Lecturas morales al margen, que sin duda constituyen un filón, ‘La carretera' sobrepone un término al resto. Es la esperanza. La única guía que mueve al padre en ese camino hacia la nada, un monótono caminar salpicado de puntuales encuentros con otros humanos fantasmagóricos, supervivientes de un algo indescifrable. Nuevamente el hombre solo ante la adversidad, como escribió Borges. El pasado apenas importa, y menos el presente. Todo, las exhaustas descripciones y la actitud de los protagonistas y del resto de habitantes de la nada, encierra un sentido simbólico más lejos de todo elemento referencial. El narrador se pone por encima de los análisis individuales, desecha la entrada en el terreno psicológico para dejar esa labor al lector. Mira desde arriba, como un ser todopoderoso que manipula a su antojo a ese reducto de humanidad despojada de casi todo. Excepto un puñado de incursiones oníricas que despejan mínimas dudas sobre el pasado de los protagonistas, el relato se ciñe a la ambigüedad de las acciones descritas.

‘La carretera' duele por la crudeza de las descripciones y por lo misteriosamente reales que se descubren reacciones tan humanas como la necesidad de comer. Provoca tensión por el peor de los miedos, el que se tiene a lo desconocido. Avanza con la lentitud del que sabe el lugar al que quiere ir a parar, y ahí todo se vuelve otra vez a la esperanza, por encima de la compleja relación paternofilial privilegiada por el autor, un fervor que no esconde. Lazos más allá de lo sanguíneo, unión indestructible que sólo puede interrumpir la esperanza en algo que no tiene nombre.

Para descubrir ese secreto tan bien guardado sólo hace falta sumergirse de lleno, sin temores, dentro de este cóctel de frases afiladas que perfilan un argumento que no precisa de ninguna explicación, porque ‘La carretera' se define mejor por lo que no es que por lo que es: una novela deslumbrante en medio de la oscuridad reinante, la mejor de las metáforas para describir los primeros compases del siglo XXI.

lunes, 12 de enero de 2009

'ARIZONA'. Vacaciones en la frontera


'Arizona'

Autor y dirección: Juan Carlos Rubio
Reparto: Aurora Sánchez, Alberto Delgado
Compañía: Mutis Producciones
Escenario: Corral de Comedias (Alcalá de Henares). 10 de enero de 2009

Llevan un rifle de cazador y prismáticos ochenteros. Juegan al golf, aunque su ‘handicap’ no suele destacar. El empleo de la gorra es imprescindible y en su vestuario tampoco faltan el chaleco en el que guardan los dedales para ir a pescar y la camiseta con el logotipo de la universidad. Hecha la composición, la imaginación responde al instante con la imagen del típico dominguero enfermo de estupidez y henchido de orgullo al escuchar el himno de las barras y las estrellas Si encima, como es en este caso, se le bautiza como George, las piezas encajan. Así queda dibujado el perfil de los ‘Minute Man’ según Juan Carlos Rubio, autor y director de ‘Arizona’. Cuando todos pueden llevar rifle, y en el estado de Arizona la ley así lo indica, las distancias se estrechan y se difuminan, en detrimento de los estereotipos caricaturescos. Y ‘Arizona’ se ha quedado pegada a esos arquetipos, instalada en una lectura superficial que deja reducido al mínimo su impacto. Al nivel del entretenimiento, si así lo desea el espectador.

El asunto de los ‘Minute Man’, entidad que organiza patrullas fronterizas compuestas por voluntariosos civiles que operan entre los límites de Arizona (Estados Unidos) y México para avisar de cualquier sospecha de inmigración ilegal, no es nuevo como contenido artístico. El cortometrajista vasco Jon Garaño ya lo abordó con brillantez en ‘On the line’ (2007). El cineasta comprimía un argumento similar al de ‘Arizona’ en una docena de minutos. El montaje teatral necesita multiplicar por seis ese tiempo para quedarse en la misma casilla de inicio, dejando un surtido de opiniones demasiadas francas y sin espacio para la discusión. La clave ya la da el género, cercano al documental en el caso del cortometraje, tragicómico sobre las tablas. Una elección que en la puesta de escena de esta humilde producción se revela como un error, puesto que los protagonistas, uno de los afiliados a los ‘Minute Man’ y su esposa, pierden toda credibilidad al estar diseñados desde los extremos. Conductas casi enfermizas y robóticas que despojan de verismo a un tema que podría resultar francamente interesante.

Otro caso es el ritmo de la función, que en el tramo intermedio alcanza picos de máxima efectividad. Rubio aprovecha toda una gama de elementos sonoros para enriquecerlo, como la banda sonora para melómanos que sale del dial de un aparato de radio. El problema no se debe buscar en ese frente y si desde la trinchera del texto, débil por el lado cómico y cuya vertiente trágica, sintetizada en el desenlace, apenas hace mella. El único humor recuperable se deja en manos de la interpretación de Aurora Sánchez. Defiende lo mejor que puede, al igual que Alberto Delgado, un texto vaporoso e inestable, el mayor inconveniente a una obra que, por otro lado, satisface en el plano estético. El director gana por goleada en esta ocasión al autor.

De tratar por encima el asunto de la inmigración ilegal, ‘Arizona’ derrapa hasta llegar instalarse en una parcela imprevista, la de la locura irracional, al estilo ‘El resplandor’ de Stanley Kubrick. Un cambio de objetivo que coloca en un primer plano otro asunto demoledor que se lee por encima, el machismo retrógrado y la dependencia emocional. Todo en un mismo personaje, ese fanático de una pieza llamado George, cuyo conflicto interior, más allá de las molestias que le causa su despistadísima esposa, está lejos de ser material consistente. Poco importa que sea ‘Minute Man’ o no, lo único que vale y que demuestra es su infame habilidad con el gatillo de ese rifle que comparte hogar con los palos de golf.

lunes, 5 de enero de 2009

Nancho Novo: "Soy un 'outsider', pero no porque quiera"

ENTREVISTA

Nancho Novo (A Coruña, 1958) está de estreno. No por el medio siglo que cumplió recientemente, sino porque va a poner en escena por primera vez ‘Un crimen en el cielo’, un texto que escribió en 1993. Lo hará en la Sala Margarita Xirgu de Alcalá de Henares el próximo 6 de enero. En esta ocasión, el protagonismo recaerá en el otro Nancho Novo. A un lado el actor para dejar paso al creador. No hay disciplina que se le resista a este gallego que iba para médico y acabó en los escenarios. Ha tocado todos los palos, la literatura, la música, el teatro y el cine. Sobre las tablas y entre bambalinas, delante y detrás de las cámaras.

Desde el pasado mes de octubre, Nancho Novo imparte un taller de teatro en Alcalá a una veintena de alumnos, la mayor parte sin experiencia. El trabajo de estos meses se pondrá a prueba en el estreno de ‘Un crimen en el cielo’, bajo su dirección y tutela. A pie de escenario, hace balance de este proyecto y recuerda una trayectoria con hitos como las películas rodadas con Julio Medem (‘La ardilla roja’, ‘Tierra’, ‘Los amantes del círculo polar’) y Pedro Almodóvar (‘La flor de mi secreto’).

De actor a profesor y director, ¿valió la pena?
Ha sido una experiencia muy enriquecedora, no sólo para los alumnos, para mí también. Está muy bien descubrir gente que no tiene ni idea y que tiene pánico a actuar y, de repente, verles con una ilusión tremenda, con una entrega total... Mi objetivo no era que aprendieran a interpretar, sino que aprendieran a amar el teatro y a valorar lo difícil que es este trabajo.

Decía Unamuno que la mejor forma de aprender es enseñar.
En este caso, me ha enriquecido conocer a esta gente y poner en marcha una experiencia que en principio era una locura. Parecía imposible llegar al lugar en el que estamos. Que he aprendido cosas, seguro. Cuáles, no lo sé.

La mayoría de los alumnos no contaban con experiencia en las artes escénicas. ¿Recuerda su primera vez en el teatro?
Algunos alumnos sí habían hecho algún pinito en el teatro aficionado. Los más jóvenes tienen inquietudes, van a escuelas... Luego hay mucha gente que no había actuado y no tenía ni idea de qué era esto. Recuerdo la primera vez que me subí a un escenario cada vez que estreno una obra de teatro. Los nervios que pasaba al principio no son los mismos que ahora, ahora paso más. Cuando hablaba con ellos al principio les decía: “Lo que más voy a envidiar de vosotros el día del estreno es esa sensación de nervios, de quereros morir”. Eso es lo que voy a envidiar, es lo más bonito. Esa sensación de miedo es maravillosa.

¿Qué consejo se puede dar a un debutante?
Llevo tres meses dándoles consejos. He intentado no hacer sólo una obra de teatro, sino hacer una pedagogía con ellos, explicarles el porqué de todo lo que hacemos. Intentar que, por lo menos, tengan unas nociones en función de lo que he querido conseguir de cada uno de sus personajes. El último consejo que les daré será que disfruten, que salgan, se relajen y estén muy concentrados.

En alguna ocasión ha afirmado que el teatro no se enseña.
Nadie te puede enseñar a interpretar. Yo te puedo dar claves a las que tú puedes agarrarte para trabajar. Lo que sí puedo es inculcarte el afán de aprender. Las cosas las aprende uno por sí mismo. Ricardo Darín no puede enseñarte cómo interpreta, por mil veces que le veas y por mil veces que te lo explique. Si es buen pedagogo sí podrá darte unas pautas que a él le han ayudado y le han servido para que tú tengas elementos con los cuáles investigar. La interpretación es una cosa que tiene que encontrar uno dentro de sí mismo. No hay un único tipo de aprendizaje válido. El que le vale a uno es el bueno. No me puedo romper la cabeza explicando qué es un estado de ánimo porque cada uno tiene un mecanismo. A lo mejor te hablo de los muertos en Gaza y no consigo nada y sin embargo te pongo una música, un blues de repente, y te pones a llorar como una magdalena.

Si tuviera un vídeo y les pudiera poner a sus alumnos una de sus obras de teatro, ¿cuál elegiría?
Tal vez les pondría ‘Trainspotting’ o ‘Nosferatu’.

¿Y una película de cine?
‘Pudor’.

Escribió ‘Un crimen en el cielo’ en 1993. ¿Por qué ha tardado tanto en estrenarla?
Tengo la faceta artística muy desarrollada, pero la de productor está atrofiada. Es una rémora. De hecho, ahora no estreno esta obra en un gran teatro, sino con un grupo de actores aficionados. Cuando la hice, se estrenó también con aficionados, técnicos, en el Teatro Albéniz. También se representó un 6 de enero, interpretaban los técnicos y los actores hacíamos papeles pequeñitos. Era un ritual que se hacía antiguamente en el Albéniz y se dejó de hacer desde que no está Teresa Vico. Tras esa experiencia, la obra se quedó en un cajón. Tal y como está ahora tiene 23 personajes. ¿Quién produce una obra así? Actualmente se tiende a hacer obras de uno, dos, tres actores, cuatro a lo sumo.

Defina, si se puede, la obra.
Es un juguete cómico para toda la familia.

Sus textos rebosan escepticismo. ¿Un reflejo de cómo ve la vida?
Soy un ‘guarromántico’. Soy un romántico, creyente en muchas cosas, pero muy escéptico por otro lado. No creo en nada pero sospecho de todo. Me dejo llevar por las cosas. Comunicar emoción es fundamental. Soy más visceral que racional, mucho más. Me gusta mucho escribir con humor, pero uso el humor como aderezo para que se puedan digerir cosas amargas.

¿Qué tipo de teatro le interesa de lo que se hace en la actualidad?
Me interesan los trabajos de Animalario. Hay grandes obras ahora mismo, por ejemplo las de Yasmina Reza, muy bien escritas y construidas, que funcionan como un tiro, pero que para mí son frías. Me llenan menos que lo que hace Animalario. Me gusta mucho Valle-Inclán, pero no me gusta cómo se ponen en escena sus textos. Una excepción es la última adaptación de ‘Los cuernos de don Friolera’, de Ángel Facio, que es un tipo que entiende muy bien a Valle-Inclán. Pero hasta esta obra, cada vez que voy a ver algo de Valle-Inclán me pongo de los nervios, porque pienso que lo desvirtúan completamente.

¿Por qué dice que a los que menos interesa el teatro es a aquellos que se dedican a ello?
A veces lo parece. Los que estamos en el teatro nos miramos mucho el ombligo, nos interesa mucho lo que hacemos nosotros pero no lo que hacen los demás. El funcionamiento del teatro oficial está pervertido. Que en el Teatro Español, en el Centro Dramático Nacional y en el resto de los centros oficiales se limiten a hacer funciones a fondo perdido, malgastando dinero al hacer grandes montajes, es un error. Ese dinero se debería utilizar en apoyar a grupos más independientes y distribuirlo un poco más. Con el dinero que se gasta en un montaje del María Guerrero se podría dar vidilla a siete u ocho espectáculos independientes y podríamos hacer algo más que montar Ibsen, García Lorca o Shakespeare. Ya estamos hartos de ver ‘Hamlet’, ‘La casa de muñecas’ o ‘La casa de Bernarda Alba’.

Le persigue la leyenda de ‘outsider’. ¿Está cómodo con esa etiqueta o ya cansa?
La etiqueta de ‘outsider’ no me la he puesto yo, me la han puesto los que no me dejan entrar en los círculos privados exclusivos. Si me dejasen, intentaría hacerlo a mí manera. Sí, soy un ‘outsider’, pero porque me han puesto ahí, no porque yo quiera.

Su último espectáculo es el monólogo ‘Sobre Flores y Cerdos’, con el que sigue de gira. Una obra propicia para engordar el anecdotario.
Ya van tres años. Cuando estrenamos en el Alfil coincidió con la fase final de la Eurocopa y los éxitos de España y me tuve que comer en mis carnes los tres últimos partidos contra Italia, Rusia y la final contra Alemania, con poquísima gente en el teatro. De hecho, el día de la final tenía a siete personas en el teatro y salí y les dije que la función la iban a disfrutar más con el teatro lleno. Y me decían: “Tú lo que quieres es ver el fútbol”. Les contesté que no, que si querían les hacía la función, pero que mejor vinieran otro día. Les regalé entradas para otro función y, como también estaba en el Teatro Español haciendo ‘Los cuernos de don Friolera’, les invité también a verla. Soy muy futbolero y estoy acostumbrado a que España no haga nada, y cuando hace algo me tiene que joder a mí.

Escritor, cantante, actor, director de teatro. El cine en su faceta de dirección parece un asunto pendiente, ¿hasta cuándo?
La parte de venderme la llevo fatal. Si ya me cuesta poner en marcha mis proyectos de teatro, ya no te digo en cine. Tengo guiones de cortos y un largo. Tengo ganas de hacerlo, pero me falta un impulso. Necesito a alguien que me diga: “Yo me encargo de sacarlo adelante y tú sólo tienes que crear”. Mientras tanto no haré nada, porque eso de ir de productora en productora con la carpeta bajo el brazo me altera el hígado, me sube la bilirrubina.

¿Qué queda de aquel joven soñador que dejó Galicia para dedicarse a la interpretación?
Me queda mucho que hacer y, sobre todo, las ganas, aunque evidentemente después de tantos años y de tantas experiencias, a veces flaquean. Pero, afortunadamente, por ejemplo con esto que estoy viviendo, me vuelven las ganas de hacer cosas. Me quedan las ganas, porque como sigo siendo una eterna promesa...