martes, 11 de noviembre de 2008

'HOY NO ME PUEDO LEVANTAR'. La ley del rompetaquillas

CRÍTICA MUSICAL

'Hoy no me puedo levantar'
Escenario: Teatro Buero Vallejo (Guadalajara). 2 de noviembre de 2008

Hace falta poco para cubrir la cuota de favor del gran público. A estas alturas, más de un millón y medio de espectadores, así lo proclama la hoja promocional, han contemplado el musical ‘Hoy no me puedo levantar’, rompetaquillas en la cartelera madrileña. Un público que no duda en desembolsar una cantidad que cuadriplica, si no se recurre a la piratería, el precio de un disco en el mercado del grupo homenajeado, y que supera la cifra exigida para cualquier concierto realizado en directo. Es la ley del musical que resucita al grupo de culto que sea, nuevas maquinarias para generar ingresos y captar nuevos públicos a base de discursos políticamente correctos, uniformes y que nada nuevo –ni viejo- aportan al bosque cultural. Productos de usar y tirar, de una calidad ínfima y que demuestran que todo vale para captar la atención del consumidor. En este caso, ‘Hoy no me puedo levantar’ se vale de un nombre que no admite dudas, el de Mecano, primer paso imprescindible para sellar la pieza de inicio del que ha sido uno de los negocios más rentables de los últimos años, la catapulta al fenómeno del musical.

De primeras, el nivel artístico de ‘Hoy no me puedo levantar’, aunque el éxito proclame por lo contrario, deja demasiado que desear. El libreto es una acumulación incesante de tópicos sobre todo aquello que tiene que ver con el auge y posterior caída de un grupo musical. Hay de todo, para elegir entre tantos lugares comunes deformados en aras del ‘buenrollismo’ del proyecto: dos jóvenes con ganas de comerse el mundo que dejan atrás el pueblo para instalarse en la gran ciudad, un presunto ‘heavy’ que cambia de carril ante el primer acorde pop que se encuentra, un espinoso y –peligroso- acercamiento a las drogas, la marcha del primer espada a construir una carrera en solitario y el posterior regreso alimentado por el espíritu del que ya no está. Moralina a raudales y humor de bajos vuelos escudado en chascarrillos locales. Todo lo enumerado no vale para bajar la nota a un musical, que no deja de ser lo que expresa el término, una sucesión de números cantados y bailados, una banda sonora prestada del vasto cancionero de una formación que por méritos propios descansa en un espacio de privilegio del salón de la fama del pop nacional del siglo XX. Desafortunadamente, ‘Hoy no me puedo levantar’ se espesa más todavía en esta zona, salvo esporádicos trallazos vocales de boca de los intérpretes en canciones como ‘Mujer contra mujer’ y ‘Barco a venus’, hasta derivar en una sinfonía interminable –cuatro horas- de desaciertos. Los arreglos estropean más de una obra maestra del legado de los hermanos Cano, véase la alucinógena ‘Dalí’.

‘Hoy no me puedo levantar’ emplea con igual descaro que eficacia la estructura del best-seller literario. Sólo hay que sustituir las frases cortas e impactantes por una colección de canciones archiconocidas incrustadas entre una lacrimógena historia de redención personal. Todo desemboca en una catarsis colectiva en forma de estribillos aptos para ser coreados servida bajo mínimos. Adecuado epitafio para un ceremonial carente de originalidad que se vale de la estandarización de contenidos que demanda el mercado para esbozar una sonrisa. Un favor más a la perpetuación de un modelo unidireccional, el de un proyecto que ofrece rentabilidad a cambio de una calidad ínfima. La eterna pugna, aquí en un alarmante desequilibrio. Si pueden, no sigan el juego, que es adictivo.

martes, 4 de noviembre de 2008

'EN ATTENDANT LE SONGE'. La fiesta de la imaginación

CRÍTICA DE TEATRO

'En attendant le songe'
Autor: William Shakespeare
Dirección y adaptación: Irina Brook
Compañía: Compagnie Irina Brook
Escenario: Corral de Comedias (Alcalá de Henares). 2 de noviembre de 2008


Hay dos vocablos que ‘En attendant le songe’ respeta por encima del resto: imaginación y libertad. El resto es material listo para el reciclaje. Lo primero es un guiño propio de teatreros a la antigua usanza, una interpelación a la creación colectiva, una fantasía acorde al contenido del espíritu del original en el que se basa la función, el ‘El sueño de una noche de verano’ shakesperiano. ‘En attendant le songe’ son seis actores y poco más. La fantasía sale de ellos, de cada uno de los trucos interpretativos que ponen en liza y de la libertad que la directora, Irina Brook, apellido de tronío, les ha concedido encima –y debajo- del escenario. Un teatro que, aunque pueda parecer lo contrario, exige mucho y recompensa en la misma medida. Al fin una función que huye de monstruosidades dedicadas a revolucionar a los clásicos y devuelve al género al terreno de la sencillez y la claridad, donde gana en presencia y poso. Un teatro complicado pese a que la puesta en escena proclame algo distinto. Abultado por el divertido intercambio lingüístico (francés, español y gotitas de griego) y disminuido por algún exceso ya en la parte final que exigiría algo más de mano dura desde la dirección. No todo puede ser perfecto.

Al público, ya se ha dicho, la Compagnie Irina Brook le pide mucho. Que deje volar la imaginación, que vea hermosas damiselas donde hay un hombretón musculado con el ombligo al aire, que se crea que una jovenzuela pueda tener algo más que pelusilla en el mentón, que contemple un bosque mágico en el lugar en el que no hay nada, que los duendecillos se diviertan a ritmo de hip hop. La primorosa construcción de una escenografía verbal es la gran virtud que manifiesta ‘En attendant le songe’ que, en un juego metateatral tantas veces expuesto en las tablas, conecta las dos historias del argumento sobre la experiencia casi real de un grupo de albañiles que ha quedado separado vía conexión aérea de los verdaderos actores de la función. La obra se las ingenia así para romper, arreglar y volver a romper la cuarta pared, en una espiral sin fin. El teatro se equipara a la realidad y lo aleja de la mera representación, a base de una comicidad excelentemente trabajada por un reparto granítico.

Aunque se cuelen deslices como el señalado ya cerca del epílogo, estirado y hasta estilizado al máximo, y otro, ya de orden ortográfico, en los incómodos por himalayescos subtítulos de traducción, ‘En attendant le songe’ devuelve la esperanza a ese espectador atenazado ante tanta experimentación y lenguajes etiquetados como innovadores. Si hay riesgo sobre un escenario, lo que hacen los albañiles ficticios de ‘En attendant le songe’ se acerca mucho al concepto, puesto que son actores que se exponen por completo para hacer algo que aparenta tanta sencillez formal como una agradable comedia de enredos amorosos, que, a fin de cuentas, es lo que no deja de ser al descubierto ‘El sueño de una noche de verano’.